Alex intentó divisar algo entre los árboles que le devolvían la mirada, que simulaban atender cada uno de los actos de Violeta y Alex, que en cualquier momento despegarían sus raíces de las profundidades de la tierra para correr tras ellos y liquidarlos de un susto empleando su voz de ultratumba; Alex no escuchó a los árboles parlar, pero pudo observar entre la negrura, que algunas ramas se movían con inquietud. Violeta lo agarraba con tanta fuerza, que no quiso asustarla más; se guardó el secreto. Alex sacó el teléfono y activó la luz. —Me estoy orinando —confesó Violeta con voz compungida. —¿De verdad? —preguntó Alex incrédulo, pues no identificaba si ella bromeaba o hablaba en serio. —Sí —afirmó Violeta—. Me pasa cuando estoy muy nerviosa. —Bueno, ¿qué tal si buscamos un lugar entr

