Era domingo por la tarde cuando Timothy recibió una llamada repentina e inesperada del obispo. Como el buen perrito que era, se marchó para atender un asunto importante. No regresaría hasta muy tarde. Alison hizo una mueca ante el tono sarcástico que mentalmente usó para describir la repentina partida de Timothy. Nunca antes había tenido ese tipo de sarcasmo, al menos no antes de que llegara Tyson. El tenedor que sostenía en la mano se clavó en la mesa con renovado vigor. ¡Eso fue todo! ¡Gruñó! ¡Tyson había vuelto a aparecer en su mente! Alison se esforzaba enormemente. En su cabeza había una pequeña caja —bueno, más bien una caja grande— en la que intentaba encerrar a Tyson. La rodeaba con cadenas y candados imaginarios, tratando de entrenarse para meterlo mentalmente en esa caja y saca

