Vamos a ver que sucede

1502 Palabras
POV Aidán Mi nombre es Aidán Harrison, hijo del billonario y genio —según lo catalogan todos— Alek Harrison. Mi padre es un hombre muy joven; él y mi madre tienen la misma edad, así que somos hijos de padres jóvenes. Ellos se aman como no he visto a nadie hacerlo, y eso nos han enseñado a mí y a mis hermanas: que el amor real sí existe. Solo que, para ser honesto, a mí eso no me desespera. Soy el hermano del medio, por así decirlo, ya que tenemos una hermana mayor, Lucy. Ella es nuestra hermana... y también nuestra tía. Raro, lo sé, pero nuestra familia siempre ha sido extraña. Mi padre adoptó a la tía Lucy —la hermana menor de mi madre— cuando ella tenía 5 años. La crió y la ama como si fuera su propia hija. La adoptó cuando él tenía 17, y la verdad es que, para mí, Lucy es mi hermana. Ella lo ama y adora como a un padre. Si ven a mi hermana gemela —sí, soy el hermano mayor de una gemela que se parece mucho a mí, nací unos minutos antes— y a mí junto a Lucy, se nota que no somos hermanos biológicos. Lucy es rubia, un poco más alta que nuestra madre, pero menos alta que Alani (mi gemela) y yo. Alani y yo somos de la misma estatura, igual que nuestro padre, que también es un hombre alto. Lucy tiene los ojos verdes, mientras que nosotros tenemos una tonalidad extraña: cambiantes. A veces se ven grises, otras celestes, y en ocasiones, azules. Son iguales a los ojos de mi padre. Todos dicen que somos idénticos a él. Yo más que nada, por razones obvias: soy hombre, pero sí hay pequeñas diferencias. Toda nuestra infancia vivimos en la ciudad; de hecho, nacimos ahí. Pero mis padres decidieron que, al entrar a preparatoria, debíamos venir al pueblo de donde es mi padre y donde conoció a mamá. Tenemos muchos tíos locos, que adoramos y manipulamos, claro está. Hacen lo que queremos, nos apoyan y ayudan cuando mi padre nos prohíbe algo, lo cual es muy poco. El viejo —odia que le diga así— no es viejo, lo entiendo, pero a veces me gusta llamarlo así. Él solo nos lleva 18 años. No nos prohíbe casi nada; nos da mucha libertad, pero siempre dice que debemos ser responsables de las consecuencias de nuestras acciones. Nacimos cuando él aún era un joven, pero ya se había casado con mi madre. Siempre nos dice que sabía que ella era el amor de su vida desde que la vio por primera vez, así que no tenía sentido esperar para hacerla su esposa, y lo hizo. El viejo es decidido, y cuando quiere algo, lo consigue. Rasgo que creo que yo no heredé. ¿Por qué razón? Fácil. Desde que llegamos aquí, el primer día vi a una chica preciosa y, lo admito, siendo un niño de 10 años, me enamoré de ella. Aún no he conseguido que se fije en mí; de hecho, me odia, por razones bastante fuertes. Tampoco he puesto mucho empeño en eso. Me gusta, sí, pero tengo paciencia. Sí, como habrán entendido, entramos a la preparatoria a los 10 años, porque resulta que somos unos pequeños genios, igual que nuestro padre y nuestro bisabuelo. Así que nos graduamos dos años antes de la primaria y entramos a los dulces 10 años al instituto, teniendo de desventaja la edad frente a los demás. Pero como dignos hijos de mi padre, por nuestra altura, no se notaba la diferencia, y no se lo dijimos a nadie durante medio año. Hasta que pasó algo que lo cambió todo. Un tipo se propasó con mi hermana. Íbamos en primer año cuando sucedió. Recuerdo ese día como si fuera ayer, aunque ya han pasado cuatro años. Teníamos 11. Hoy tenemos 15 y estamos en el último año de preparatoria. --- Flashback – 4 años antes Estaba caminando tranquilamente, con las manos en los bolsillos delanteros del pantalón, mientras salía del baño, cuando vi un alboroto en donde había dejado a mi hermana. De inmediato, eso me alarmó. No me gusta nada. Solo podía significar que algo malo estaba pasando. Corrí instintivamente, maldiciendo en mi mente por haberla dejado sola un momento. Solo me detuve unos minutos con una chica que, bueno, me hablaba de lo atractivo que era... y bueno, me besé con ella en el baño. ¿Qué puedo decir? ¿Por qué negarle el gusto a ella y negármelo a mí? Estaba bonita, aunque era mayor que yo. No me importó. Ella no lo sabe, y no pretendo decírselo. Llegué al lugar y no vi a mi hermana por ningún lado. ¡Carajo! Solo estuve… revisé mi reloj: 15 minutos. Sí, me di gusto. Lo acepto. Me tardé demasiado. Vi a la mejor amiga de mi hermana y me urgía preguntarle por ella. Alani suele ser muy llamativa; su presencia se nota siempre. Me acerqué a Adriana. —¿Adriana, qué pasó aquí? ¿Dónde está Alani? —pregunté, algo preocupado. No me gusta no saber dónde está mi hermana. Ella parpadeaba, pero no me decía nada—. Podrías contestarme dónde está mi hermana. Deja de verme y dime. —Aún no asimilo lo que acabo de ver... Creo que le rompió la muñeca a un chico de tercer año —me dijo. Me asombré. Alani es capaz de eso y más, claro. Mi padre y mis tíos nos han entrenado desde niños. Mi padre es un peleador de artes marciales mixtas excepcional, y creo que aprendimos bien. Pero Alani nunca golpea a nadie. Es una chica dura, pero muy dulce, depende de cómo la trates... porque también puede ser una bruja si la enojas. Pero la fuerza es lo último que utiliza. —Se la llevaron a dirección —añadió Adriana. Bufé. ¡Qué estupidez! Seguro algún profesor tonto tomó esa decisión. ¿Llevar a mi hermana a dirección? Si mi padre es el dueño del instituto y White —el director— le tiene pavor... No creo que quieran meterse con ella. Ella acaba de meterse en un gran problema... aunque no por lo que hizo, sino por quién es. —Gracias por la información, linda —le dije a Adriana. Es una chica atractiva, dos años mayor que nosotros, como todos nuestros compañeros. Caminé despacio hacia dirección. Tampoco iba a desvivirme corriendo. Sabía que nada le harían a Alani. Mis hermanas son las princesas de papá, y no creo que White quiera perder su trabajo metiéndose con mi gemela. Al llegar, traté de analizar qué había pasado. Aún no entendía qué la motivó a actuar así. La oficina estaba llena de gente, un alboroto. No veía a mi hermana, y eso me inquietaba un poco, pero no me alarmaba. Me senté a esperar. Pasaron varios minutos, hasta que vi llegar a la enfermera del instituto con un chico con la mano derecha enyesada. Debía ser la víctima. Aquí hay una enfermería totalmente equipada, con doctor y rayos X, gracias a mi padre. Se le ocurrió después de que, por alguna razón, le rompiera la nariz al tío Caleb y tuvieran que llevarlo al hospital. Papá creyó que era mejor atender todo aquí mismo. El tipo era casi de nuestra estatura, un poco más alto. Venía con sus padres. En eso, llegó Lucy, hablando por celular. Escuché que hablaba con nuestro padre. Al colgar, me acerqué. —Lucy, ¿sabes dónde tienen a Alani? ¿Qué pasó? —Aidán, no tengo idea. Solo sé que está dentro de la oficina de White por romperle la mano a un chico —me dijo. Subí las cejas. ¿En serio? Nunca pensé que la tendrían ahí. —No entiendo por qué hizo eso. Alani no es agresiva. Me esperaría algo así de mí… o de ti —añadió—. Bueno, de ti no creo. Tienes más paciencia que nosotras y usas otros métodos, pero sí te enojas más. Asentí. Tenía razón. —Esto debe ser una broma. ¿Cómo van a llevar a Alani a dirección? Papá está muy molesto. Dice que no entiende cómo no ha despedido a White en todos estos años. Me reí del comentario. Sabíamos que, cuando mi padre estudiaba en este instituto, era intocable. Nosotros tratamos de pasar desapercibidos... o al menos eso intentamos. Pero no es fácil. Lucy, ya molesta y sin paciencia, entró a la oficina del director. La seguí de cerca. No tocamos; solo entramos. Al hacerlo, vi a White pálido, tragando grueso al verme. Creo que le recuerdo mucho a mi padre. Siempre me teme más a mí que a mis hermanas. Dice que soy peor, que mi frialdad al hablar le da miedo. Siempre dicen eso. Vi a mi gemela, muy molesta, mirando al chico con cara de asesina. ¿Qué habrás hecho para lograr esa mirada en mi hermana? Vamos a ver qué sucede...
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