—Tierra llamando a Anna Cooper —chasqueó Terry, mi jefe—. Necesito que estés concentrada. Hoy va a ser un día ocupado.
Sacudí los pensamientos sobre las cuentas que seguramente se estaban acumulando en Nueva York. Tenía responsabilidades con mi abuela y mi hermana menor.
Intenté ocultar mi ceño fruncido. Por alguna razón, Terry, el chef principal del resort, no parecía agradarme. Era un hombre grande, apenas más joven que de mediana edad, que llevaba un ceño perpetuo en el rostro. Prefería que lo encontraran muerto antes que, sonriendo, y cada vez que entraba en la cocina, absorbía toda la alegría del ambiente. La gente rápidamente fingía estar ocupada cuando se acercaba.
Volví a concentrarme en las bases de tarta que estaba preparando para el pastel de merengue de limón que serviríamos
