Allí murieron todos los anhelos de la joven Mirian. Su madre luego de irse aquel hombre le comentó que tomara la honra del buen muchacho, que sería de ella en una ciudad desconocida sola, que dirían los hombres de ella o de su familia, y allí terminó. Para ella, la palabra de su madre era palabra santa y se cumplió. Se casó, tuvo tres hijos, y uno de ellos era Walter, el mayor.
Mirian no estaba muy orgullosa de una de las criaturas que había parido, le molestaba que tuviera los rasgos de su padre, así que la mando a un cirujano plástico a que le rehiciera el rostro, a los once años. Y luego a Mirian le tocó descubrir lo que las mujeres suelen descubrir de los hombres; una infidelidad. Allí, en su mente sus pensamientos habrán sido testigos de lo que pensó y lo poco que le sirvió complacer a su madre con el matrimonio.
Cansada de las infidelidades de su esposo, que cada vez eran más frecuentes y ozaadas, le llamó a charlar a solas. En esos tiempos, divorciarse no era nada bueno para los niños, para la imagen que se mantenía en los trabajos y menos para ella, que sería la mujer soltera y con tres hijos a cuestas. Como condición de que hiciera lo que deseara, le pidió que hiciera todo aquello fuera de sus ojos y fuera de su conocimiento, que se cocinara él mismo, que se planchara él mismo y que básicamente hiciera las tareas que los hombres pretendían que hicieran las mujeres en esa época ellas, pero que ésta vez se las hiciera solo. Que le partiera la mansión en dos, que ambos durmieran en cuartos separados y con escaleras diferentes, y así fue como la casa enorme se había convertido en una mansión donde una pareja sin amor vivía, pero aparentemente nadie sabía sus secretos. Mirian con los años disfrutó su soledad, sus hijos, la soledad y sus hijos según el día, pero sus hijos siempre mantuvieron la frágil idea de que existía una unión familiar, aunque de aquella ya no quedaba nada.
Cuando la joven Ivynna solía jugar con sus primos en la casa, la casa no podía ser más enorme. Sus veranos favoritos cuando llenaban la piscina, pero pronto cuando comenzó a crecer se dio cuenta la mirada con la que veían a sus padres y a ella, como si estuvieran locos, aquello para nada le gustó a Ivynna así que dejó de visitarla y al tiempo, mientras la anciana se enfermaba, Ricardo y Vicky sacaban los muebles de la casa sin que ella se diera cuenta. Poco quedaba aquello de la hospitalidad de la mansión, de la calidad mansión, ahora solo era oscuridad, penumbras incluso cuando sale el sol, allí se siente como si estuvieras en otoño. Y luego llegó lo inevitable, murió de vejez. Lo que significaba una grata sorpresa, porque tomaba pastillas psiquiátricas como Rivotril y Valium. Pero eso no la mató, la mató haber salido de su casa. Quizás ella lo sabía, quizás sabía que sus hermanos pelearían por el terreno, aunque eso es lo que menos deseaba, de todos modos de nada sirvió su voluntad.
Victoria se había ido a vivir y a tomar posesión de todas las partes de la casa sin dejar que nadie de los demás pueda acercarse, así que tuvieron que iniciar una sucesión de bienes, lo cual era deshonroso y bochornoso llegar a esas instancias, pero Victoria no estaba acostumbrada a perder nada.
Mirian de todas maneras no siempre fue una víctima, tuvo un amante que visitaba cuando solía irse a la casa del campo, éste ayudaba a cambiarle el vendaje ya que se había sometido a una operación para evitar el cáncer de mama, la cuidó, la ayudó y aunque nunca lo admitió, seguramente también fueron amantes.
Como dije, en esta historia no hay santos ni pecadores.
Al final, nunca nadie supo de ese hombre, ni del hombre que vino a abrazarla para pedirle matrimonio cuando ella ya estaba casada. Como era de esperarse, en esas épocas eran hombres fidedignos, no la esperarían, pero respetarían la voluntad de las mujeres.
Y eso es solo un hueco para desentrañar el apellido Aponte, en realdad el apellido tenía muchas historias alocadas, pero era momento de velar a su madre, nadie había notado que ella siempre usaba anteojos de sol, Ivynna se los llevó al cajón, siendo la única que la recordó coqueta y no enferma como en sus últimos años, donde no era ella, optó por recordarla cuando Mirian era la mujer independiente llena de joyerías y de ropa tejidas, de dobladillos y drapeadas, la cual distaba mucho de sus últimos días.
De todas maneras, los Aponte tenían una manera distinta de lidiar con la muerte, Walter no lloró ni con su madre ni con su padre, creía que este era el infierno. Mientras que Silvia era una llorona nata, como Ivynna.
El funeral era silencio, se percibía que además de la muerte, nadie alli se quería, solo estaban esperando agazapados por las mansión.
Pero no sabían que la mansión tenía su propio corazón, cuando Mirian se iba de viaje, se escuchaban ruidos, esas cosas solo hacían más que consolidar que quien haya vivido y muerto allí, seguiría para siempre, lo cual fue una buena señal, porque significaba que las personas que murieran allí, no estarían solas. Y eso en ocasiones reconfortaba.
De todos modos, el mundo cuando alguien muere, comienzan a afillar sus dientes y sus garras, todos por la mansión, como si no existiera nunca la voluntad de Mirian. Pero había crecido, sabía que aquello era imposible, nadie se quería entre los tres hermanos ni tampoco entre los nietos. Solo habían asperezas que jamás se pulieron y para ser franca, tampoco hubo ganas de que se limasen aquellas. Como si todos siguieran sus cursos, sus vidas y a nadie le importaba el bien estar del otro. Mirian no hubiera querido esto para su familia, pero la abuela ya no estaba entre nosotros.