CAPÍTULO 4 TODO UN PLAN

1495 Palabras
Grecia Ventura Era una completa locura, ¡Lo sabía! ¿Pedir trabajo en mi antigua compañía? Era totalmente ilógico, Ventura Corps fue mi empresa, fruto de mi arduo trabajo...Pero… ¿A quién quería engañar? Esa maldita compañía no era más que una sucia fachada de Eliodoro, y aunque él ya estaba muerto, quería saberlo todo, en especial quería venganza. Alondra debía de pagarme por lo que me hizo, pero antes de irme en su contra, tenía que saber quién estaba detrás de todo esto. El Sr. Mafia… su apodo no me daba miedo, pero si curiosidad. Así que aplique para una de las tantas vacantes en la compañía, aun sin un plan fijo, quería estar adentro, cerca de él, averiguarlo todo, y ¿Por qué no? Recuperar lo que era mío. Por otro lado, no descansaría hasta saber que pasó con mi hija. Aunque eso nada tuviera que ver con Ventura Corps. —Señorita Montiel, el señor la está esperando, siga por favor. —la secretaria me sacó de mis pensamientos. —Gracias —con los nervios de punta, arregle el dobladillo de mi vestido, y limpie las palmas de mis manos con mi vestido, estaba sudando y temblorosa. Llevaba puesto un vestido rojo de tiras, cubierto por un gran gabán n***o, el vestido llegaba a mis rodillas, y los tacones altos poco me permitían caminar rápido. Mi cabello ahora era oscuro y ondulado, y atrás había quedado Grecia Ventura, ahora era Grecia Montiel. Al llegar a su oficina, mi estomago se revolcó, recordé que era la antigua oficina de presidencia de Eliodoro, y las veces que fue testigo de nuestra pasión. Maldita sea mi suerte. Di dos toques en la puerta mientras tomaba aire. —¿Quién es? —Una voz gruesa y ruda resonó detrás de la puerta y quise desfallecer. —S-Soy Grecia Montiel, vengo a una entrevista. Respondí como si tuviera un cuchillo clavado en la garganta y a los pocos segundos la puerta se abrió automáticamente. Di dos pasos adelante, dudosa en si estaba haciendo lo correcto, y con muchas ganas de volver atrás. Pero ya estaba allí, ¿Qué más podía perder? La oficina del Sr. Mafia era perfecta, decorada con decoraciones minimalistas, y un gran ventanal, el hombre estaba sentado de espaldas hacía la puerta. Sabía que estaba allí en su gran sillón porque su brazo izquierdo llevaba una copa de licor en alto. No se giró para verme, sacudí la cabeza, al menos por decencia en la entrevista podría darme su cara, por más feo que fuera. —Señorita, siga siéntese. —Buenas tardes, señor, con permiso. Me senté en la silla de al frente, crucé mi pierna mientras observaba todo a mi alrededor, él se quedó en silencio, provocándome nauseas su actitud. De repente, la silla se movió y comenzó a girar. Por la divina providencia, quise salir corriendo. El Sr. Mafia no era tan "señor" como imaginé. Frente a mí, un hombre joven, de unos treinta años, con el cabello perfectamente peinado, un traje impecable y un rostro digno de haber sido esculpido por un artista de otro tiempo. Era guapo. Muy guapo. Eso si fue una verdadera sorpresa, me lo imaginaba anciano, fofo y canoso. —No tengo su currículo, señorita Montiel —su voz fue seca, y me quedé petrificada por un momento. —¿Señorita? —Sí, aquí está —dije rápidamente, sacando una carpeta de mi bolso y entregándosela. Apenas echó un vistazo a la primera página, sus ojos marrón oscuros, intensos, penetrantes, se clavaron en los míos. Su expresión imperturbable era capaz de incomodar a cualquiera, en mi interior se mezclaban una cantidad de sentimientos. Sentí miedo, vergüenza… pero, sobre todo, curiosidad. —Dígame, ¿tiene experiencia con niños? —preguntó. ¿Qué? ¿Niños? Su pregunta me tomó por sorpresa. Yo venía por el puesto de asistente, ¿qué tenían que ver los niños en todo esto? —Yo… —me sonrojé— sí, sí tengo —respondí de la forma más estúpida posible. Él no dejaba de mirarme. Su mirada pesaba sobre mi piel. De repente, el calor me invadió. Una oleada sofocante me recorrió el cuerpo. Quise arrancarme la chaqueta y quedarme solo con el vestido de tirantes. Me estaba ahogando. Y lo peor… sus ojos devoraban descaradamente mi escote. Apreté el cierre de mi chaqueta. —Uff… qué frío hace aquí —solté, intentando disimular mis nervios. Él suavizó su expresión. —Contratada. —¿Qué? ¿Cómo que contratada? —logré relajarme un poco, pero entonces él sonrió. —¿Acaso no venía buscando empleo? Está contratada. Mi secretaria le explicará las condiciones. Mañana a las ocho en punto la quiero en mi casa. Ni un minuto más, ni un minuto menos. Sophia es especial, muy especial. Le sugiero que la trate bien o… Su expresión malévola apareció de nuevo, la amenaza en su tono era clara. Algo dentro de mí me decía que debía correr y no mirar atrás. —¿O qué? —pregunté con una audacia que no sabía de dónde había salido. —O puede ser despedida… y dependiendo de la falta, despellejada junto a su familia y eliminados de la faz de la tierra. Un escalofrío me recorrió la espalda. —¿Qué? Es una broma… ¿verdad? —estúpida, quería venganza, no que me mataran. —No, no es una broma. Si no es mucha molestia, vaya a firmar su contrato con mi secretaria. Que tenga un buen día, señorita Montiel. Se giró de nuevo hacia la ventana. Yo me puse de pie con las piernas temblorosas y salí de la oficina. La mujer que me había anunciado antes me recibió con una sonrisa y me entregó una carpeta. —Aquí tiene las condiciones de su contrato y un folleto con instrucciones. Mucha suerte, señora Montiel. Me entregó una carpeta de cuero, y al abrirla, el corazón me palpitó con fuerza. Empecé a leer cada línea de lo ofrecido y, aunque fui buscando cobre, encontré oro. No estaría en Ventura Corps, sino en la casa del mafioso, enseñándole lenguas a una de sus hijas. ¡Mierda! Yo apenas sabía hablar español. Seguí pasando las hojas. El salario era demasiado bueno, casi igual a lo que ganaba cuando era la jefa de Ventura, y, a simple vista, las condiciones no parecían trágicas. Sin pensarlo dos veces, y viendo el poder que podría tener al estar tan cerca de él, me acerqué a la secretaria. Durante un par de horas más, estuvimos rellenando papeles, uno tras otro. Era un contrato particular, así que no pasaba por Recursos Humanos. Todo el tiempo estuve al lado de la oficina del señor Corleone, pero él no salió. ¿Hasta qué hora trabajaba? La curiosidad por verlo una segunda vez me estaba carcomiendo. Al llegar a casa, estaba confundida. No sabía si estaba haciendo lo correcto. —¡Cariño! Qué bueno que has llegado —Camilo estaba preparando la cena y me esperaba con una gran sonrisa. Me acerqué y le di un beso en la mejilla. Sonriente, me eché un pedazo de tostada a la boca y festejé. —¡Bien! Muy bien. Desde mañana empiezo a trabajar con el Sr. Mafia. Las mejillas de Camilo se sonrojaron y soltó el cucharón contra la sartén. —¿De verdad, Grecia? No entiendo cuál es tu obsesión. —Ya lo sabes, Camilo. Necesito recuperar Ventura Corps, recuperar mi vida. Ante el mundo estoy muerta, mi hija también lo está, pero estoy segura de que sigue viva. Y para saber qué pasó, debo empezar por descubrir quién es ese maldito hombre. Camilo se cruzó de brazos y me miró furioso. —No tienes necesidad de hacerlo, Grecia. Ya tienes una vida, una que estamos construyendo juntos. Me quedé mirándolo. Ese hombre, en los últimos dos años, había hecho todo por mí, desde ayudarme en mi recuperación física hasta darme de comer. Le debía demasiado, pero no podía corresponder su amor. Simplemente estaba con él por sus atenciones, pero no podía abandonar mis planes por él. —Camilo, lo siento, cariño. Ya firmé un contrato y, si puedo acercarme a la familia de ese hombre, averiguarlo todo, saber quién es y qué relación tiene con lo que pasó, sería la mujer más feliz del mundo. Camilo negó con la cabeza y dejó la cena a medias. Resoplé, pero la decisión ya estaba tomada. Tomé mi cartera y fui hacia el cuarto. Me acosté de inmediato, mientras él se encerraba en su despacho. Esa noche, Camilo no durmió conmigo, y yo no pude conciliar el sueño. No porque él no estuviera a mi lado, sino porque no dejaba de pensar en mi nueva vida. Quería saberlo todo. Alondra debía pagar por lo que me hizo. Posiblemente, Dante Corleone había matado a Eliodoro, y yo tenía que descubrir por qué. Tenía tantas dudas, tantos desconciertos, que solo anhelaba que llegara el día siguiente para comenzar con mi nuevo trabajo.
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