PROLOGO

1719 Palabras
—No me rompas los huevos, tenemos un acuerdo, de las casas. Y espero que lo cumplas. Eliodoro retiró la cabeza de la bocina del telefono y se sacudió nervioso, esa voz al otro lado del telefono era implacable. —Tranquilo, tenemos un acuerdo mi señor, ya en el laboratorio me confirmaron que la fecundación fue todo un éxito, mi esposa tendrá un hijo saludable para usted y su esposa, como siempre lo ha querido. Una carcajada llena de sorna retumbó al otro lado del telefono, y esa respiración pesada que causaba terror con tan solo sentirla, se hizo presente. —Y ¿ya pensaste como vas a hacer para quitarle la criatura su madre? —el hombre resopló —Quiero estar seguro de lo que vas a hacer. —Bueno, es sencillo, simplemente le diré a mi esposa que ha perdido a su bebé en el parto, esos son los mínimo detalles señor. Señor, pe-pero ¿Si saldare mi deuda con esto? Eliodoro arqueó una ceja, mientras miraba hacia el baño, no quería que su mujer lo viera hablando por telefono. —¿Deuda? Perro, eres tan miserable y descarado Eliodoro, no es una deuda lo que tenemos pendiente, has manchado el honor de mi familia, el honor de mi hermana. No quiero que falles, o te vuelo la cabeza. Eliodoro palideció ante las palabras de aquel hombre, sabía de lo que podía ser capaz, y aunque estaba dispuesto a hacer lo que fuera por salvar su vida. El Sr. Mafia no era su único enemigo. —Señor, mi esposa viene en camino, tengo que colgarle. Eliodoro vio como Grecia apareció por el pasillo, cruzando el umbral de la puerta del baño. Colgó la llamada y guardó su telefono, le extendió la mano a su esposa para saludarla, y se fue preparando para la sorpresa. Debía fingir que no sabía nada, aunque él era el creador de todo. GRECIA VENTURA Suspire al ver a mi esposo allí sentado esperándome, su sonrisa, y su porte varonil que siempre me conquistaron, cada día me atraían mucho más. Eliodoro extendió su mano saludándome, y yo sonreí de vuelta. El camino parecía eterno y los nervios me estaban matando. —Eliodoro. —Grecia, amada mía, ¿por qué tardaste tanto en el baño? Me estaba preocupando —su voz suave y armoniosa me derretía, solamente me encogí de hombros. —Amado, es que te tengo una noticia, una que sé que te va a fascinar. —sonreí con picardía. Eliodoro se acercó a mí, pasando por encima de la mesa, y me tomó del mentón. Acarició con sus dedos mi piel, y me estremecí con su contacto. —Dime, amada, ¿qué es eso que tienes para decirme? Saqué la prueba de mi bolso y se la entregué. Estaba nerviosa, juro que lo estaba. Él frunció el ceño y se acomodó en su silla. Sus ojos se quedaron fijos en la prueba, como si desconociera de qué se trataba, y enseguida quise desfallecer. ¿Por qué tanto misterio? —¿Es... es lo que estoy imaginando? —preguntó completamente sorprendido. —Sí, Eliodoro, después de tantos tratamientos, por fin logramos la fertilización. Tengo ocho semanas de embarazo, mi amor. Eliodoro saltó de la mesa, tan feliz por la noticia, y se fue directo hacia mí, dando gritos de alegría. —¡Eres hermosa! ¡Maravillosa! Te amo, Grecia, te amo más que a nada en el mundo. Se puso de rodillas frente a todos los presentes, y sus lágrimas brotaron de sus ojos, producto de la emoción. Jamás lo vi tan feliz como esa noche. —Mi amor, por favor, ¿qué haces? —dije sonrojada. —Grecia, mi vida, ¿te quieres volver a casar conmigo? El color subió a mis mejillas, y todos comenzaron a aplaudir, hasta que… Sonaron un par de balazos, y el cuerpo de Eliodoro cayó a mis pies, desmadejado. Su cabeza explotó ante mis ojos, y, como en la peor de las pesadillas, no lo pude creer. Mi corazón se rompió, y los aplausos se convirtieron en gritos espeluznantes. Todos salieron corriendo, y yo me quedé ahí, frente al cuerpo ensangrentado de mi amado Eliodoro. —¡Mi amor! Eliodoro ¡No! ¡No! —caí de rodillas, y levanté mi mirada, de reojo alcance a ver como un hombre con un arma se perdía entre la multitud, mientras que mi esposo se desangraba en el frio piso. La mejor de mis noches, la noche más hermosa, única y especial, era una completa pesadilla, mi llanto fue desgarrador, mis gritos aterrorizados. Una punzada de dolor atravesó mi pecho, y mis piernas cedieron. *** SIETE MESES DESPÚES —Grecia, es hora de descansar, vete a casa ya. —No quiero, necesito saber más de los negocios de Eliodoro —mis lágrimas seguían brotando por mi mejilla mientras deslizaba el ratón inalámbrico por la pantalla del computador de mi esposo. Pero esas lágrimas no eran por mi duelo, eran de pura desilusión. Mientras buscaba quién podría haber asesinado al amor de mi vida, había descubierto una maldita red de mentiras, traiciones y, sobre todo, negocios sucios. Eliodoro De las Casas, no era un magnate del arroz como me lo hizo creer todo el tiempo, era un maldito mafioso contrabandista, lleno de enemigos y con demasiado dinero mal habido. —Grecia, no hay más que debas saber. Es mejor que te vayas. —¡Nicholas! Que no, déjame seguir viendo. —Mira, llevas meses investigando. A Eliodoro no le hubiera gustado que, en tu estado, estuvieras averiguándolo todo. Déjate de mierdas y vete a casa —Nicholas era el mejor amigo de Eliodoro, un maldito alcahueta que vendía su alma al diablo por dinero. Me levanté de la silla y lo miré desafiante, mientras que con la manga de mi bata limpiaba mis propias lágrimas. —No me digas qué tengo que hacer, imbécil. ¡Déjame en paz! El hombre negó con la cabeza y me miró furioso, pero en ese momento, nada podía detenerme. Volví al computador y seguí investigando hasta que, de repente, encontré una carpeta oculta entre un mar de archivos. Al hacer clic, un torrente de imágenes inundó la pantalla. Si ya tenía el corazón roto, lo que vi terminó por destrozarme. Las lágrimas brotaron sin control. Eliodoro, mi gran amor, mi esposo, no solo era un delincuente, también un infiel. Pero lo peor no era la traición en sí, sino con quién lo había hecho. Docenas de fotos lo mostraban tomado de la mano con Alondra, y otras aún más explícitas dejaban en evidencia su infidelidad sin pudor alguno. Eliodoro y Alondra estaban teniendo sex0 en mi propia cama. ¡Malditos! ¡Traidores! ¡Malditos! ¿Cómo pudieron? Seguí pasando cada una de esas fotos y cada imagen revivía el dolor de la anterior, intensificándolo. Mi hermana, mi propia hermana, sentía que me faltaba el aire y que estaba por ahogarme. Comencé a enviarme esa información a mi correo, mientras que las manos me temblaban al hacerlo, y en mi interior una mezcla de horribles sentimientos se derramaba causándome ardor. Esa mujer tenía que escucharme, Alondra debía darme la cara ¡Zorra! Me levante del escritorio, tambaleando ante los ojos de Nicholas, quien con su indiferencia simplemente se burlaba de mí. Me dirigí hacia el elevador, y en medio de mi tragedia, comencé a sentir contracciones leves, dolores bajos en mi pelvis que me impedían caminar rápido. —Ahora no, pequeña, por favor, ahora no —mis ojos se llenaron de lágrimas porque los dolores se intensificaron. Y no sabía que podía ser más doloroso, si la imagen de mi hermana follando con mi marido, o las contracciones que comenzaron en ese momento. Aunque logré salir de la oficina, las piernas me cedieron y caí de rodillas en la acera. El dolor me atravesaba como un cuchillo, y todo a mi alrededor daba vueltas. —¡Oh, por favor! ¡Ayuda, ayuda! —saqué mi teléfono y marqué a Alondra, con ella era quien tenía que hablar, ¡Falsa! —Hola —contestó al segundo timbre. —Llegó la hora, Alondra. Ayúdame, estoy frente a Ventura Corps. Ven rápido, ¡ya, ya! —¿Qué, Grecia? ¿Grecia, cómo así? —dijo Alondra al otro lado, pero todo frente a mí se desvaneció. —Te necesito—Alcance a decirle con los dientes apretados, antes de enterarme de su traición, ella era la persona quien iba a ayudarme con mi parto. Pero ahora solamente quería tenerle al frente para que me diera una explicación. Sin embargo, perdí el conocimiento mientras comenzaba mi trabajo de parto. Mi única esperanza se llamaba Alondra Ventura, mi maldita y traidora hermana menor. *** Pip, pip, pip. El sonido de una máquina vital retumbaba en mis oídos mientras mi mente recuperaba poco a poco la conciencia. Abrí lentamente los ojos, y la luz blanca de la habitación del hospital destelló en mis pupilas, cegándome por un instante. Pasé mi mano por mi vientre: estaba plano, completamente plano. Me costaba razonar, la cabeza me pesaba como si un yunque descansara sobre ella, y mis extremidades parecían entumecidas. Mi boca no articulaba palabra, y dentro de mí, todo era dolor. Lo peor, es que no sentía a mi bebé. Miré a mi lado y vi a una enfermera tomando apuntes. Como pude, intenté llamarla; apenas un susurro rasgó mi garganta, pero fue suficiente para que me viera. Al hacerlo, soltó un grito. —¡Doctor! ¡Doctor! La paciente del 405 despertó. No entendía nada. ¿Desperté de qué? Traté de hablar, pero era muy difícil. Sentía la garganta obstruida, áspera. La mujer me dejó allí, sola, sin decirme nada más y salió corriendo. Luché por moverme, pero mi cuerpo era un peso muerto, anclado a la cama. Instantes después, un médico entró apresurado. Al verme, sus ojos se abrieron con sorpresa. —Qué bueno que ha despertado. Ha pasado un largo tiempo —dijo mientras se acercaba para revisarme. Su sonrisa no alivió nada. —Todo está bien, señora. No me importaba si estaba bien o no. Solo quería saber de ella. ¿Dónde estaba mi hija? Mientras el doctor se acercaba a revisarme, un recuerdo vano se cruzaba por mi cabeza, era el llanto de mi bebé al nacer.
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