JARED LEWIS
En cuanto entro al Scarlett Green, noto a mi padre ponerse de pie. Está sentado frente a una mesa con elegantes manteles, al lado de un gran ventanal con finos acabados que da una agradable vista al jardín.
Me detengo a unos cuantos metros antes de llegar a él y suspiro, tratando de sacar el hijo bueno que siempre trato de ser cuando me reúno con él. Misión que muchas veces se me hacía difícil al guardarle tanto resentimiento por lo que viví en mi niñez; su ausencia en fechas especiales como mi cumpleaños, el de mamá o navidad debido a que siempre estaba trabajando, además, de que también le acreditaba responsabilidad por el actual estado de demencia que tiene mi madre.
Continúo caminando, sintiendo la necesidad de querer salir de ahí para ir a comprar un par de cigarrillos de los que dan risa, para correr hasta mi estudio y fumarlos mientras me dedico a escuchar música de Bob Marley; hacer tal cosa lograba a calmar mis ataques de ansiedad que prácticamente me los provocaba mis reuniones con mi padre.
Pensé que cambiaría con la edad, que tal vez trataría de ser un buen padre al hacerse viejo y solitario, pero no fue así, él siempre iba a ser el Johnny Lewis adicto al trabajo.
Comienzo a sentir la maldita comezón que se adueña de todo mi cuerpo cada vez que estoy a punto de tener una crisis de ansiedad, lo cual no apunta nada bien, pues ni siquiera quería imaginar en lo que sería el resto de mi reunión con mi padre al comenzar a sentirme extraño sin siquiera haber cruzado una palabra con él. Maldije hacia mis adentros el ser tan débil, a la vez que me decidía en terminar de llegar hasta él, solo deseaba que el tiempo volara, que aquello que fuese a decirme fuera rápido.
—Padre —lo saludo en cuanto me detengo frente a él.
Sus ojos azules me escanean de arriba abajo, su mirada se detiene en mi brazo izquierdo, dedicándose a observar uno a uno de los tatuajes que sobresalen desde arriba hasta la muñeca. Una mueca de asco se instala en su rostro al ver mi ropa informal; lo veo fruncir los labios a la vez que niega con la cabeza en desaprobación, dejando salir lentamente la respiración.
—Ya tienes veinticinco años, Jared; ¿Qué no puedes vestir con algo más decente para venir a un sitio como este? —cuestiona, a la vez que señala a su alrededor con sus manos—, al menos podrías cubrir ese montón de tinta para venir a verme —señala mi brazo, lo que me hace voltear mis ojos.
Un nudo se instala en la boca de mi estómago mientras me dedico a observar mi apariencia. Justo hoy me había decidido por lucir unos jeans rasgados que Darline había elegido en una ocasión que salimos de compras, además, de una camiseta blanca que había manchado con pintura a propósito. Me había sujetado el cabello en una coleta, porque sabía que él odiaba verme con tanto pelo a los costados de mi rostro, además, me había arreglado la barba. En realidad, él debía de estar agradecido por haberme esmerado en no lucir tan “informal” en uno de sus peculiares almuerzos en su restaurante favorito.
Al final, termino por sentarme sin decir una sola palabra, tomo el menú que está frente a mí y finjo leer, esperando el momento en que llegue el mesero para pedir lo primero que estuviese en la carta.
—¿Cómo has estado, Jared? —pregunta, mientras se aclara la garganta para tratar de llamar mi atención.
—Bien —respondo, sin dejar de revisar la carta.
—¿Bien? ¿Es lo único que vas a responder? —reclama—, deberías de ser más agradecido ya que saco un poco de mi ajetreado tiempo para verte, como para que solo respondas con un simple “bien”.
Suspiro con lentitud, tratando de llenarme de paciencia.
Siempre era lo mismo. Cada vez que aceptaba mirarle, él me reprochaba cada cosa que salía de mis labios, por lo que, aún me preguntaba qué era lo que lo llevaba a planear estas dichosas reuniones. Mi padre era el tipo de hombre que pensaba que con dinero todo se arreglaba con facilidad, él pensó que con poner ese dichoso club a mi nombre, yo iba a estar tranquilo y satisfecho, pues según él, darme grandes cantidades de dinero que al final no aceptaba, lo convertía en el padre modelo.
—He estado bien —hablo, levantando la mirada para verle a los ojos—, ahora me encuentro preparando los cuadros que presentaré en mi próxima exposición de arte —ladeo la cabeza, mirándole con curiosidad—, será el próximo mes, ¿Irás a ver lo que hace tu único hijo? —pregunto con ironía.
Lo observo acomodar su corbata con incomodidad, lo que me hace sonreír de forma sarcástica. Estiro mis pies bajo la mesa y entrelazo mis dedos tras mi cabeza, esperando la excusa que saldrá de sus labios para faltar una vez más a una de mis exposiciones de arte.
—No voy a poder, tengo una junta muy importante —musita, para luego levantar la carta de la mesa.
—Ni siquiera te he dicho que día será —alargo, levantando los hombros tras restarle importancia—, me has hecho ganar una apuesta, lo cual es bueno para mí.
El viejo levanta la mirada, frunce el ceño en mi dirección y me señala con su barbilla.
—¿Qué apuesta?
—Cincuenta dólares, Byron me dijo que esta vez dirías que sí, yo aposté que no, porque te conozco, papá. Sé que a ti te importa cualquier cosa, menos lo que haga tu único hijo.
Sus labios se separan, me dirige una mirada llena de incredulidad, era como si quisiese decir algo, pero al final, no había nada. Tuerzo una sonrisa y desvío la mirada justo cuando la mesera se acerca a tomar la orden. Señalo lo primero que hay en la carta sin siquiera ver qué es, después, saco mi teléfono móvil y me dedico a revisar mi cuenta de i********: mientras espero la comida.
Así de fácil terminaba una plática con mi padre, le trataba de hacer ver una vez más su poco interés con su hijo, él se sentía apenado y no discutía más, pedíamos el almuerzo, comíamos en silencio y al final, nos despedíamos con un leve movimiento de cabeza; es lo que siempre hacíamos en cada uno de nuestros almuerzos… es lo que haremos justo ahora.
Darline Jones
—¡Dar! ¡Amor, espera! —escucho la voz de Step a unos cuantos metros tras de mí.
Veo sobre mi hombro y noto su cabello castaño entre la multitud de chicos que caminan por los pasillos de la universidad. Me aferro a los tirantes de mi mochila y trato de alejarme con mayor rapidez. Aún me siento muy resentida y enojada con él, el hecho de haberme dejado sola en ese club me hacía sentir humillada; ¿Qué hubiese hecho si Jared no hubiera estado ahí? Conociendo mi estado de sensibilidad, probablemente hubiese terminado por sentarme a llorar a las afueras del lugar mientras espero a que alguien llegase por mí.
—¡Escúchame, Dar!
Siento su mano envolverse en mi muñeca, trato de liberarme, pero él es más fuerte que yo, en un rápido movimiento, me atrae hacia su cuerpo, sus manos me aprisionan para no dejarme escapar.
—Soy un tonto, bonita. Por favor, perdóname.
Levanto la mirada, aquellos bonitos ojos color avellana me miran con arrepentimiento, lo que hace que se me haga difícil resistirme.
—No quiero hablar contigo, y ahora déjame que necesito regresar a mi casa.
—No puedo —niega con la cabeza y traga saliva con fuerza—, no puedo dejarte ir hasta que me perdones; sé que no debí de irme sin ti, pero, dejé de verte y pensé que te habías ido antes.
—Estuve en el mismo sitio donde me dejaste —escupo, empujándolo con ambas manos sin importar a que me estuvieran observando—, ahora déjame en paz, que en este momento no quiero hablar contigo.
Lo miro con una fría expresión, a la vez que trato de contener los fuertes latidos de mi enamorado corazón. En este momento estaba haciendo hasta lo imposible por verme enojada, aunque, a decir verdad, lo único que deseaba en ese momento era decirle que sí lo perdonaba, para que me besara hasta que me robara el aire.
Al final, simplemente doy media vuelta y termino de salir del lugar sin mirar atrás, pues si lo hacía, estaba segura de devolverme para comérmelo a besos. Ya en el estacionamiento, noto al insoportable de Emmett esperándome junto a su auto, levanta una mano en saludo y luego me señala con su barbilla.
Emmett era una persona un tanto tranquila, había iniciado la universidad dos años antes de que yo, había decidido estudiar ingeniería civil como nuestro padre, ya que papá, siempre había sido su héroe; pero, dado a que mi hermano siempre fue una persona irresponsable y amante a los videojuegos, aún se encontraba estudiando al haber perdido varios cursos de su carrera, al punto que, ahora, le hacía falta más tiempo del que me faltaba a mí para concluir la carrera.
—Demonios, hermanita, me has hecho perder una apuesta.
Frunzo el ceño mientras lo veo sacar unos cuantos euros de su billetera para luego depositarlos en la mano de Darío, su mejor amigo, quien se ríe y luego se despide de mi hermano para terminar por irse.
—¿Qué estabas apostando, Emmett?
Levanta los hombros, restándole importancia a la vez que alborota su abundante cabello castaño con una mano.
—Yo dije que saldrías acaramelada con tu noviecito, Darío dijo que te harías la dura.
—¿Y Darío cómo sabe de eso? —pregunto, colocando mis manos en mi cadera en forma de jarra.
—Yo le conté, ¿No es obvio? —buja, mientras se dedica a desbloquear las puertas del auto.
Pongo los ojos en blanco, a la vez que resoplo.
—Eres un idiota, Emmett.
—Lo sé —afirma, mientras me guiña un ojo—, vamos a casa.
—No, déjame en el estudio de Jared, iré con él más tarde. No se me apetece llegar a la casa para escuchar tus estupideces —le pido, dedicándome a acomodarme en el asiento delantero.
—Mejor para mí —se limita a decir, para después arrancar el auto—, más espacio en la casa sin un par de idiotas que comparten riñones.