Esa viveza con la que actuaba la había sacado de distintas situaciones con un toque peculiar en las que se involucraba.
Un chico tan perspicaz sabía identificar las debilidades de las personas para exprimirlas al máximo y por el contrario, ocultaba muy bien las suyas. Tenía un don para engañar con su apariencia, tanto así, que los demás no lo llegaban a tomar enserio hasta que se veían absorbidos por su personalidad.
En primaria, organizaba torneos en dónde varios compañeros se amontonaban para participar. Las competiciones iniciaron siendo pequeños juegos que previamente había ensayado en el orfanato, como cara o sello y piedra, papel o tijera. Pero con el tiempo, descubrió en las cartas un sentimiento que no había experimentado nunca.
Inició con la baraja española, esa que trae doce cartas enumeradas de cuatro tipos: oro, bastón, espadas y copas. El número equivale al poder de la carta, por lo tanto, entre mayor sea, mucho mejor.
Reunía a sus amigos y a algunos chicos que cursaban grados superiores en una mesa y cobraba una cuota de ingreso que generalmente no superaba el valor del dólar. Era curioso como muchos estudiantes tan pequeños entraban simplemente a curosear y terminaban jugándosen el dinero que sus padres les regalaban para el descanso.
Iniciaba a barajar por hojeo, partiendo la baraja a la mitad, luego sostenía las dos esquinas en cada una de las mitades y dejaba caer con una afanada suavidad las cartas, habilidad que hasta para un adulto tiene un grado de dificultad considerable. Tras esto, iniciaba a repartirle un total de cinco cartas a cada uno de los jugadores.
El juego lo denominaba “Mentiroso” y consistía en que cada chico arrojaría una carta boca abajo para posteriormente decir un número en voz alta. Cualquier persona en la mesa, tras analizar los gestos del lanzador, podía tomar la decisión de si acusarlo o no.
¿En qué consistía la acusación? Sencillo, en que el número de la carta que ha lanzado, era falso.
Por ejemplo, si Lucas lanzaba una carta diciendo que era un seis y un compañero lo acusaba de mentiroso, debía destaparla y revelar el valor. Si había dicho la verdad, la persona que lo acusó en falso debía tomar todas las cartas que estuvieran puestas en el centro, si no, el acusado debería tomarlas. Al final, el que lograra deshacerse de los naipes que se le habían asignado al inicio, sería el ganador de todo el dinero acumulado.
Con apenas ocho años y cursando cuarto grado de primaria, Lucas lograba reunir a chicos incluso cuatro años mayor. El recreo duraba una hora y era aprovechado al máximo... no precisamente para estudiar o desayunar.
El salón 206 en el segundo piso era el designado para disputar los compromisos debido a que dentro se alojaba una mesa redonda ideal para que todos los que quisieran jugar tengan cavidad.
Decenas de niños del curso de Lucas asistían confidencialmente. Algunos de los otros salones de cuartos y unos cuántos de quinto, otros de sexto y un individuo de octavo, que aparentaba una edad mucho mayor.
En el mes de mayo, el chico decidió organizar un evento dónde pondrían en juego algo más que un dólar. El ganador no tendría como premio absolutamente nada, pero en cambio, el último en deshacerse de su baraja, tendría que pagar un castigo.
A Lucas no se le ocurrió mejor idea, que ingresar al perdedor en el baño y dejarlo atrapado por el resto del día. La jornada acababa a las seis de la tarde, por consecuencia debería dormir prácticamente ahí, sin dar explicaciones a nadie, si quiera a sus padres.
Este comportamiento de castigar la falta de habilidad más que premiar la misma lo desarrolló debido a que sentía que nadie era competencia en los juegos. Sentía placer al ver castigados a los demás, porque en el fondo su ego crecía al triunfar sin ningún esfuerzo. También, la manera en que los demás lo admiraban, lo hacían creer que todos esperaban un castigo mucho mayor cada vez que se jugaba.
Llevaba una racha ganadora de veinte partidas y sentía que los demás no tenían ni idea cómo desenvolverse en el juego, así que en uno de los juegos, el aburrimiento fue brutal y finalmente se decantó por dejar que los demás desarrollaran sus habilidades para que en un futuro tuviera a alguien digno de hacerle frente en la mesa.
El día llegó. El grado de cuarto b asistía a la clase de matemáticas con la profesora Marian. La noticia del concurso había recorrido todos los salones desde el día anterior, por lo tanto, tomó medidas frente a ello.
No quería que absolutamente entrara a jugar porque sí. Necesitaba entretenerse, así que pensó que era factible dejar solamente a los mejores jugadores, así la tendría difícil quien perdiera. Después de enviar la notificación con un encargado a cada salón por medio de un pequeño papel, varios se bajaron del carro. Ahora eran sólo cinco las personas que afrontarían el reto.
El primero, era Miles, un chico afroamericano de cabello rizado, de sonrisa alegre aunque personalidad tímida. Cursaba el mismo grado de Lucas, por lo tanto, eran amigos cercanos.
Giovanni era el segundo participante. Alto, de tez morena, con unas cejas increíblemente pobladas que daban la sensación de ser eran una sola. Cursaba tercero a, el salón reconocido por tener el mejor equipo de fútbol de toda la primaria. Era partícipe habitual de los retos que planteaba el organizador.
Después se encontraba Marcos. Aunque su estatura engañaba, era mayor que los dos anteriores mencionados. Cursaba quinto a. En los juegos había encontrado el respeto de los demás. Al inicio, en la escuela no fue bien recibido, debido a su ascendencia mexicana. Los infantes suelen ser crueles y con él en especial lo habían despreciado debido a su acento latino. A menudo llevaban bigotes y sombreros exageradamente grandes para imitarlo... los niños pueden llegar a ser crueles. Pero tras cinco años de burlas y sentimientos negativos, había hallado en aquel salón una razón para seguir asistiendo normalmente a clases.
¿Recuerdas que te hablé de uno que se veía demasiado mayor para su edad? Bueno, él es Nikolas. Se encontraba cursando grado octavo d. Había perdido dos veces sexto, por lo tanto, tenía quince años. Era el mayor de todos. En la zona entre el labio superior y la nariz ya se asomaban vellos gruesos que indicaba un inminente bigote. En su mentón, una pelusa ya indicaba que era campo fértil para una barba pronunciada. No tenía razones para asistir allí más que su pasión por el juego y como entre los chicos de su edad, las apuestas no solían ser un tema de conversación, frecuentaba a los pequeños para interactuar y desatar esa pasión fortuita que sentía por las cartas.
El último en participar ya tuvo su presentación. Es aquel huérfano adoptado, autor intelectual de las reuniones clandestinas.
Aunque se había reducido el número de participantes, todo el mundo podía ir a espectar el duelo.
Sonó el timbre tras la clase y todo el mundo se miraba, cómplice de la situación que presenciarían.
Avanzaron por las escaleras hacia el segundo piso en manada.
Aunque las miradas de los profesores se fijaron en aquel hecho peculiar, lo último que podrían sospechar es que un niño estaba congregando a los demás a apostar.
Arribaron al salón y la mesa redonda los esperaba expectante.
Los cinco muchachos tomaron asiento.
El anfitrión barajaba el mazo de cartas hasta que una voz irrumpió la escena.
- ¿Hay sitio para una chica?
- ¿Sara? – preguntó Lucas.
Su hermana quería unirse a la fiesta.