Si de comparaciones hablamos, Antonio y yo éramos como el agua y el aceite; como el ying y el yang. Juntos pero no revueltos, unidos pero no demasiado, y eso se reflejaba en la forma de ser de cada uno. Así como en nuestras pertenencias y hogares.
Nunca él y yo llegamos a tener la misma definición de un hogar. Para él de pequeño lo había sido su hermosa mansión con servidumbre, esa en la que vivió hasta los 18 y posteriormente su hogar fue un moderno penthouse. En cambio para mí lo fue cualquier sitio a donde me llevase mi mamá y pudiese resguardarme de los gritos de mi papá. Al ser libre lo fueron habitaciones que cada vez iban siendo más limpias y seguras.
¿Conocí el departamento de Antonio? Lo hice unas tres veces. Una de ellas se estaba recién mudando y estaba muy contento por ello
