El suave murmullo de las páginas pasando se mezclaba con el crepitar de la chimenea, creando una atmósfera cálida y acogedora en la sala de Aymara. Acurrucada en el sofá, con la manta de lana cubriéndole las piernas, estaba absorta en la lectura de "Lucía Morado". La trama la había atrapado, distrayéndola del leve pero persistente dolor que aún sentía. Aunque los analgésicos habían hecho efecto, un eco sordo permanecía, recordándole el reciente altercado. De repente, el timbre resonó, rompiendo la quietud de la tarde. Aymara frunció el ceño, preguntándose quién podría ser. Con cautela, se levantó y se dirigió a la puerta. Al abrirla, una ráfaga de aire frío se coló en la sala, trayendo consigo la sorpresa de ver a Leonardo Lombardi parado en el umbral. Su rostro estaba marcado por la reci

