Tensión

1060 Palabras
Después de conocer al papá de Mateo, él me presentó a su amiga Ruddy, una chica morena con rizos desordenados y ojos grandes y brillantes, de esos que parecen llenos de vida. Ruddy trabajaba en un local vendiendo aperturas y, a pesar de no haber pasado mucho tiempo con ella, su simpatía era innegable. Nos conectamos rápido; sus bromas y su actitud desenvuelta me hicieron sentir cómoda, como si fuera una vieja amiga. Pero aunque Ruddy era encantadora, no podía dejar de notar la tensión que crecía entre Mateo y yo. La atracción era palpable, flotaba en el aire entre nosotros como una electricidad que amenazaba con desatarse en cualquier momento. Cada vez que nuestras miradas se cruzaban, sentía un cosquilleo en el estómago, y aunque intentaba mantener la calma, mi cuerpo reaccionaba de formas que no podía controlar. Un rato después de estar con Ruddy, Mateo sugirió algo que me tomó por sorpresa: —Valeria, ¿qué te parece si vamos al cuarto de masajes? Está al fondo del gimnasio, es un lugar tranquilo —dijo, su voz era suave, pero llena de intención. Me detuve por un momento. La propuesta me incomodaba un poco, no por el lugar en sí, sino porque sabía que estaríamos solos, sin distracciones. Sabía que en ese pequeño espacio, la tensión que nos envolvía podría explotar. Aun así, asentí con la cabeza, confiando en él. Cuando llegamos al cuarto privado, una sensación extraña me recorrió el cuerpo. Era pequeño, íntimo, y apenas entramos, se sentía como si el aire se hubiera vuelto más denso. Mateo cerró la puerta, y por un momento, nos quedamos en silencio, mirándonos. Mis pensamientos corrían, pero ninguno de ellos lograba concretarse. Nos sentamos en el borde de la camilla de masajes y empezamos a hablar, riendo de cosas triviales, tratando de aligerar el ambiente. Pero por más que lo intentáramos, la tensión entre nosotros era innegable. Cada palabra, cada gesto, sentía que nos acercaba más a lo inevitable. No podía evitar fijarme en cada movimiento que hacía, en cómo su brazo rozaba el mío, en cómo sus ojos no dejaban de recorrerme. Entonces sucedió. Sin aviso. Mateo se inclinó hacia mí y, en un segundo, nuestras bocas se encontraron. El beso fue exigente, voraz, lleno de una pasión que me tomó por sorpresa, pero que no rechacé. Al contrario, lo deseaba tanto como él. Sentí que el mundo desaparecía, que en ese momento, nada más importaba. Mis manos se aferraron a su cuello, y su lengua exploraba la mía con una necesidad incontrolable. Todo era tan intenso. Mi respiración se aceleró, sentía su cuerpo cerca del mío, y en mi mente solo había una cosa clara: lo quería. Lo quería más de lo que me atrevía a admitir. Pero justo cuando sentía que la urgencia entre nosotros aumentaba, Mateo se detuvo. Me dejó sola. Se apartó sin decir una palabra, salió del cuarto y me quedé allí, confusa, tratando de recuperar el aliento. ¿Qué había pasado? Me sentía dolida, expuesta, como si me hubiera dejado a mitad del camino. Me pasé las manos por el rostro, tratando de comprender por qué se había detenido. ¿Acaso no sentía lo mismo que yo? Minutos después, cuando aún no lograba despejar mi cabeza, Mateo regresó. Lo vi entrar con una expresión decidida, pero esta vez, traía algo en la mano. Una caja de condones. Mi corazón dio un vuelco. —Valeria, ven conmigo —dijo, tendiéndome la mano. Sin pensar demasiado, lo seguí. Me llevó al local de su amiga Ruddy, pero en lugar de quedarnos allí, me guió hacia un depósito que había en la parte trasera. Era un lugar oscuro y silencioso, lo único que rompía la quietud era el sonido de nuestras respiraciones, que se hacían cada vez más profundas. —¿Qué estamos haciendo aquí, Mateo? —le pregunté, aunque en el fondo ya sabía la respuesta. Mi cuerpo ardía de anticipación. No respondió con palabras. Me empujó suavemente contra la pared y comenzó a besarme, esta vez con una desesperación que no había mostrado antes. Me sentía atrapada, pero en lugar de asustarme, me dejé llevar. Quería sentir su pasión, su deseo. Sus manos recorrieron mi cuerpo con una urgencia que solo aumentaba mi propio deseo. Mi mente se apagó, y todo lo que quedaba era la sensación. Sus labios viajaron por mi cuello, bajando lentamente hacia mis clavículas, mientras sus manos desabrochaban mi blusa. Mi piel ardía bajo su tacto, y por primera vez en mucho tiempo, me sentí completamente vulnerable. Pero no me importaba. Quería sentirlo todo, sin reservas. Me besó con fuerza, su lengua invadiendo mi boca, mientras sus manos exploraban mi cuerpo sin prisa pero con determinación. Me sentía como si estuviera en llamas, como si mi cuerpo no pudiera contener la intensidad de todo lo que estaba experimentando. No podía pensar, solo sentir. De repente, Mateo se detuvo un segundo, me miró directamente a los ojos, y con voz ronca me preguntó: —¿Estás segura? Lo miré, incapaz de pronunciar una palabra, pero asentí con la cabeza. Sabía lo que quería. Sin decir más, continuó. Mateo se arrodilló y comenzó a besarme entre las piernas, sus movimientos eran precisos y rápidos, cada caricia aumentando mi placer. Mis gemidos llenaron el pequeño espacio, y sentía su cabello entre mis manos mientras lo pegaba más a mí, buscando más contacto, más sensación. —Llega para mí —me susurró, y esas palabras, dichas con su voz ronca, fueron todo lo que necesité para perderme completamente en el momento. El orgasmo me recorrió como una ola, haciendo que mi piel se erizara y mis piernas temblaran bajo su control. Me besó en los labios, haciéndome probar mi propia esencia, antes de darme la vuelta y pegarme a la pared. Lo sentí entrar en mí de una sola estocada, y aunque mi cuerpo estaba preparado, la intensidad del momento me dolió ligeramente. Pero el dolor no importaba. La pasión lo sobrepasaba todo. Mateo se movía rápido, profundo, y con cada movimiento, sentía que me acercaba más al borde. No había nada más en el mundo que él, que nosotros, en ese momento. Finalmente, cuando ambos llegamos al clímax, nuestros cuerpos temblaron al unísono. Nos quedamos abrazados, jadeando, intentando recuperar el aliento. La habitación seguía en silencio, solo roto por nuestras respiraciones entrecortadas.
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