Enrico no quiso escucharla. Ya se lo esperaba: desde pequeño había sido independiente y firme en sus decisiones, como su difunto marido. Además, si él, tan serio y apegado a su familia cómo había demostrado todos esos años, quería el divorcio, debía tener sus significantes motivos. Le preguntó qué le impulsaba y el hijo tuvo que contárselo todo y concluyó: Entenderás que llegados a este punto, por el bien del niño, tengo que separarme. ¡Cuánto dolor! ¡No se esperaba aquello! Tampoco se esperaba que eso solo fuera el principio y que hasta que se efectuara la separación Liliana cubriría de calumnias no solo a Enrico, sino también a ella y a Lucrezia, que no tenían nada que ver. ¿Cómo había podido estar tan a favor, al igual que su marido, de aquél matrimonio? Se sintió culpable. Y sin em

