El domingo salimos de paseo con Alexander. Es un día mágico. Manejamos por la interestatal para darle libertad a su Bugatti, conocemos algunos pueblitos cercanos y la pasamos de maravilla, uno en compañía del otro. Ya muy tarde en la noche me lleva de regreso a mi departamento. Se estaciona a unos pocos metros de la entrada. —Muchas gracias Alexander. He pasado un hermoso día. —Me alegra saberlo. Yo también pasé un grandioso día a su lado. Se quita el cinturón de seguridad y se mueve en su asiento para girarse y quedar más cerca de mí. Después de una semana, aún no puedo evitar ponerme nerviosa cada vez que lo tengo cerca. —Anna… yo… Se queda callado. Me llama la atención el tono angustiado de su voz. Se pasa una mano por el cabello y noto en su mirada un poco de frustración.

