NOLAN
Después de que la camarera pasa a atender a los recién llegados en el otro extremo, una mano me agarra del hombro. Se que es Alexa antes de verla por la ráfaga de jazmín y ámbar que me envuelve. Estoy sonriendo antes de que diga una palabra.
–No empieces a coquetear con ella– dice Alexa, enviándome una sonrisa juguetona.
–¿De que estás hablando? –
Ella levanta una ceja. –Vi la forma en que te mira–
–Solo estaba sentado ocupándome de mis propios asuntos–
-Si, claro. Siempre estas ocupándote de tus propios asuntos. Hasta que de alguna manera esos asuntos te siguen de vuelta a tu habitación y deja sus bragas de negocio en tu baño–
Entrecierro los ojos. –Espera, ¿encontraste. –
–Escucha, no quiero que me pillen en medio de algo turbio en mi trabajo, así que digamos que la chica nueva esta fuera de tu alcance. ¿De acuerdo? ¿Puedes con eso? –
Pongo los ojos en blanco tan escandalosamente como puedo. No necesita saber que en cierto modo me gusta cuando cree que me está tentando así. No necesita saber que ya había descartado la idea de perseguir a la camarera por razones que me niego a profundizar. -Actúas como si no pudiera controlarme–
–Bueno– empieza, pero en lugar de terminar la frase, me hace un gesto, insinuando lo que no dijo: solo mírate. Y tal vez esto sea solo otra señal de que somos increíblemente cercanos. A veces, no hablamos, pero aún así logramos comunicarnos.
–¿No tienes mesas que atender? – pregunto.
Se ríe y empuja las puertas batientes hacia la cocina; la curva de su tensa pantorrilla capta mi atención antes de desaparecer por completo. Todos los camareros llevan los mismos polos de manga corta azul claro y pantalones cortos o caqui, pero ella es la única que de alguna manera le da un toque especial. Tal vez sea porque se lo atrevida que es debajo de la ropa civil. Y últimamente, también se el trasero que esconde debajo de la ropa civil.
En serio, Nolan. Ya basta. Aquí es donde ser una perra zorra me mete en problemas. Alexa no puede ser acosada. Si estoy buscando a esos dulces gatitos, entonces Alexa debe seguir siendo lo que siempre ha sido: la conejilla de indias en la esquina. Esponjosa, divertida, buena para reírse un poco. Un consuelo inesperado cuando estás triste. Ocasionalmente aterrorizando al vecindario cuando la sueltan accidentalmente. Alexa, la conejilla de indias.
Las puertas se abren de golpe de nuevo, y Alexa pasa como un rayo, con una gran bandeja balanceada en la palma de la mano y el hombro. No me mira, lo cual está bien, porque la estoy mirando fijamente. A la tensa curva de sus bíceps, que delata una fuerza que no adivinarías por sus delgada figura. A sus cabellos casi negros recogidos en ese moño desordenado que, si soy totalmente honesto, es mi look favorito en ella. en los pequeños mechones de cabello oscuro que enmarcan sus pómulos altos, que no necesitan ningún maquillaje para que se noten, mierda.
Estoy dividido entre sus pómulos y sus labios como mi parte favorita de su rostro.
–¿En que estás pasando? –
La camarera ha vuelto, enviándome una sonrisa tímida. Respiro hondo, sintiéndome de alguna manera atrapado.
>.
–Que es un buen mojito–
–¿Tienes algún plan para más tarde? –
Wow. Me resisto a aprovechar esa oportunidad, así que la camarera me lo pone aún más fácil. En algún lugar de mi interior, siento la tentación de seguir su hilo de pensamiento. Porque estoy acostumbrado. Porque se cómo recorrer ese cambio. Porque, por qué no, esta buenísima. Pero esta es nuestra aventura juntos.
–Alexa y yo saldremos cuando salga del trabajo– le digo.
–¿Ah, ¿sí? – su rostro se arruga ligeramente. –¿Están juntos? –
–No, no. Es solo que…estamos celebrando. La buena noticia–
Asiente lentamente. –Bueno…si cambias de opinión…– Me lanza una mirada esperanzada antes de irse a atender a otro cliente. Me bebo mi último sorbo de mi primer mojito porque, por dentro, me estoy tambaleando. ¿Qué demonios fue eso? ¿A cabo de rechazar una invitación perfectamente aceptable a tener sexo? Alexa me lo pidió, claro. Pero su petición fue innecesaria. Porque de ninguna manera quiero empezar algo con su compañera de trabajo, ni siquiera por una noche. Algo anda mal. Lo sospeche antes, y esto lo demuestra. Tal vez sea porque estoy a finales de mis veintes. Es esa bajada de testosterona de la que oí hablar una vez y que me asusto desde entonces. Mi libido se ha ido. Listo. Completamente muerto. Adiós, sexo casual. Fue divertido conocerte. Tendré que contentarme con sesiones de masturbación en la ducha pensando en las nalgas crujientes y ese tanga n***o y eso es todo. Bien podría tener ochenta años.
Le doy un trago al segundo mojito. Después de un rato, Alexandra deja un plato frete a mí con una sonrisa arrogante.
–Eso es un ups– explica antes de irse de nuevo, pero dudo que sea realmente un error. Es mi plato favorito de El Lago: un wrap de falda de res con maíz asado y la salsa picante estúpidamente buena que hacen en casa. Es como si Taco Bell, una barbacoa sureña, y algún taco callejero gourmet tuvieron un hijo del amor y le echo salsa de naranja por todas partes.
Lo destrozo en un tiempo récord. Ni siquiera me da vergüenza. Los ojos de Alexandra se abren de par en par la próxima vez que se dirige a la cocina y ve mi plato vacío.
–Maldición. ¿necesitas un segundo? –
–No te diría que no–
–¿Dónde pones toda esta comida? – Me encojo de hombros.
–Donde pertenece–
Ella resopla y se lleva mi plato vacío. Ahora solo estoy contando los segundos hasta que podamos escapar juntos y empezar a averiguar los detalles. Dejo su mojito casi intacto, aunque empiezo a beberlo después de un rato. Se lo compré; debería al menos tomar un sorbo.
Para cuando Alexa se termina su turno, queda suficiente para que tome un trago largo. Lo cual la animo a hacer cuando finalmente se acerca a la barra, desatando su delantal.
–Celebra conmigo– Empujo el vaso hacia ella, justo cuando la camarera regresa con mi cuenta. Le deslizo dos billetes de veinte.
–No puedo creer que lo hayas guardado para mi–
–¿Por qué no lo haría? Es lo que hacen los amigos–
Amiga. Conejillo de indias. Alexa.
Ella se toma de un trago lo poco que queda en el vaso y lo deja caer de golpe sobre la barra. –Sabía a saliva helada. Gracias. Ahora vámonos–
Recibo mi cambio y dejo una propina del 50%. Ahora la noche puedes comenzar de verdad. Cruzo la puerta principal y salgo al cálido y fresco atardecer. El aire del lago es vigorizante. Cada célula de mi cuerpo vibra con un tipo de dicha con la que no estoy familiarizado. Siento que lo tengo todo. Lo cual es extraño. Normalmente, siento que falta algo en la vida. pero no ahora mismo.
–Vamos a sentarnos en el lago y pensar en los increíbles que somos– sugiero.
Arruga la nariz mientras se ríe. –Ves, mi plan suele ser el contrario. termino pensando en todos mis fracasos–
–Igualmente, excepto que con las buenas noticias que recibimos hoy, merecemos sentirnos como unos imbéciles exitosos por un segundo–
–Solo por un segundo– dice chasqueando la lengua. Seguimos un camino sinuoso que baja por una pequeña colina hacia la orilla del lago.
Érase una vez, hace dos años y medio, para ser exactos, mi hermano mayor Xander, salió en el periódico por meterse en una pelea aquí mismo. Alexa también estaba trabajando ese día y lo vio todo desde la ventana.
Paso mi brazo sobre los hombros de Alexa mientras subimos al muelle. –¿Dónde deberíamos sentarnos? –
–Por aquí– Me agarra la mano que cuelga sobre su hombro izquierdo y la aferra mientras nos guía. Nos dirige hacia un pequeño embarcadero que bordea uno de los pequeños puertos deportivos que salpican el área del centro de Bahía Azul. Nuestros pasos resuenan por la pasarela de madera, y saludamos o asentirnos con la cabeza a los pescadores apostados en los bancos, esperando un bocado en el sedal.
Al final de la pasarela, se desenreda de mí y se sienta en el borde del embarcadero, con las piernas colgando a un lado. Me mira, protegiéndose la cara de los rayos del sol poniente. Esta bañada en naranja y carmesí.
–Todo lo que necesitamos es una botella de champán – Me siento junto a ella. –Y una manta de picnic y algunas trufas– añade. –Aunque eso podría parecer demasiado una cita–
–Los amigos pueden comer trufas y beber champán– le digo.
–Si, pero a lo que conduce no es tan amistoso–
–Nunca he bebido champán y trufas juntos, así que no sabría el oscuro rastro de destrucción al que conduce como tu aparentemente lo sabes–
–Malos resultados por todas partes– dice, balanceando las piernas por el costado del embarcadero. –Perderás tu trabajo. Algo podría explotar al azar. Definitivamente habrá peleas–
Asiento, observando el agua golpeando contra los postes de acero que se hunde en el agua debajo de nosotros. –Así que estás diciendo que no debería preparar un plato con trufa para competición–
–No si quieres ganar– me mira, con una sonrisa juguetona bailando en sus labios. El sol le da justo en el punto justo. Mechones oscuros de cabello, levantados por la brisa del lago, cruzan su frente y quedamos atrapados allí, atrapados como un insecto en la delicada red del tiempo. Colgando, esperando, observando. No sé si pasan segundos u horas, absorbiéndola así.
–¿Qué? – pregunta finalmente. Y ahí es cuando me doy cuenta de que ha pasado demasiado tiempo. Esto se ha vuelto demasiado extraño. No sé qué estoy haciendo y no sé cómo detenerlo.
–Solo estaba pensando en el menú. Lo siento– Bajo la mirada bruscamente hacia el agua. Espuma blanca circula en la superficie. –Tenemos un montón de cosas que hacer antes de que empiece esta competencia–
–Tienes toda la razón– murmura, entrecerrando los ojos hacia el agua. Hay algo pesado en su voz, algo que no puedo precisar. Todo lo que sé es que no importa, porque estoy a su lado y ella al mío. –¿Tienes miedo? –
Mi estómago se encoge. El miedo ni siquiera empieza a describirlo. –Siento que podría vomitar cada hora durante la próxima semana–
Resopla, empujando mi brazo. –Bueno, será mejor que no vomites en la comida. Porque realmente necesitamos ganar esto, ahora que estoy a punto de decirle a mi jefe que necesito las próximas cinco semanas libres–
Suspiro, la duda se apodera de mí. No debería haberle preguntado. Pero ahora estamos en esto. Ahora tenemos que llegar hasta el final. –Si te molesta, échame la culpa a mi–
–Si, mi mejor amigo me convenció de entrar a un reality show. Lo siento, Charlotte– se ríe, pateando las piernas.
–Está bien. necesito salir de aquí. Necesito un descanso. No sé si quiero volver alguna vez–
Su admisión me provoca miedo frío. –Pero volverás, ¿verdad? –
No me responde. En cambio, solo me mira y sonríe, su respuesta explicada con todos los detalles diabólicos de su sonrisa.