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904 Palabras
"Gracias", murmuro mientras él me toma de la cintura y de la mano. Siento su calor y de alguna manera me estremece. Me siento segura entre sus brazos. Quiero llorar al saber que por fin estaré libre. Siento el calor de su mano detrás de mi espalda hasta que finalmente salimos al exterior. Menos mal que tengo esta bolsa en la cabeza, porque la luz aún me molesta un poco, a pesar de tener esta tela. Sonrío, por fin puedo sentir el calor del sol; hace tantos meses que no lo sentía en mi piel, por eso estaba tan blanca. "Con cuidado", comenta ayudándome a subir, supongo que a un vehículo, ya que no veo mucho. Solo puedo ver sombras. En cuanto me subo, él me quita la bolsa con cuidado. "¿Estás bien?" pregunta, y yo asiento. "¿Por qué eres amable conmigo?" pregunto al borde del llanto. "Porque debes ser amable", suspira él. "Avanza, Charlie, iremos a la mansión", comenta, y yo no digo más nada. Me enseñaron a estar callada, y eso es lo que hago mientras cruzo las piernas y miro hacia afuera. "¿Cómo te llamas?" pregunta curioso, y yo digo, "Soy Lena." "Un gusto, Lena. Me llamo Alex", comenta, y él me toma de la mano. "Entonces serás mi virgen", comenta, y suspiro. "Así es, señor Alex", digo. "No te preocupes, no te obligaría a hacer nada que no quieras", murmura él, y abro la boca con sorpresa. "Pero, ¿por qué me ha comprado?" pregunto, y él niega. "Porque me pareciste… diferente", murmura. "¿Diferente?", pregunto, y él asiente. "Vamos", comenta una vez que el vehículo se detiene después de algunos minutos, y bajamos. La mansión era gigantesca, muy moderna, con un enorme jardín afuera, algunos árboles frutales y flores por doquier. Miro a mi alrededor sorprendida y no puedo evitar sonreír. Amaba las plantas, y él me toma de la mano, arrastrándome lejos de allí hasta que puedo ver a lo lejos una pequeña niña con flequillo y cabello dorado con algunos bucles. Me sorprende verla, pero decido ser llevada por el hombre mientras me conduce a través de escaleras hasta llegar a una habitación. "Báñate, y te explicaré por qué te necesito", comenta, y me cierra la puerta. Tenía muchísimo miedo. Cuando intenté abrirla nuevamente... La puerta estaba abierta, lo cual me sorprendió. La cerré y luego la volví a abrir. Cubrí mi rostro y sonreí. Por fin, ya no era una esclava y no tenía que obedecer una y otra vez lo que me dijeran. Lo único que me había salvado de ser prostituida era mi virginidad. Sí, a los 22 años aún seguía siendo virgen. Sabía que ellos lo sabían porque recordaba el día del secuestro. Me senté en la cama y suspiré, recordando cómo de un día para otro todo cambió. Estaba caminando hacia la escuela, era de día, y siempre caminaba por esa calle. Muy raramente estaba solitaria, pero ese día parecía como si todos hubieran coordinado para que ningún auto estacionara y ninguna persona pasara por ahí. Me sorprendió un poco, pero decidí ignorarlo y seguí caminando. En mi mano derecha sostenía mi maletín, y sobre mi espalda llevaba una pequeña mochila. Llevaba puesto un guardapolvo de color blanco, con el cabello recogido hacia atrás y labios de color rojo, aunque un poco suave. Estaba emocionada por mi primer día como maestra. Por fin podía ejercer. Pero todo se detuvo cuando una mano me arrastró lejos de allí, y me vi dentro de una camioneta de color n***o, con algo cubriéndome la cabeza. "Si te mueves, te mato", esas palabras resonaron en mi mente durante varios días. Lloré, lo hice durante mucho tiempo, hasta que me di cuenta de que llorar no me ayudaría a salir adelante. Así que dejé de hacerlo. Me volví de piedra, dejaba que me maquillaran, me presentaran, y me volvieran a arrastrar a esa celda. A veces me obligaban a acompañar a algún rico como dama de compañía, pero mi mundo entero se había desequilibrado en un abrir y cerrar de ojos. Quizás si no hubiera caminado por esa calle, quizás si hubiera aceptado la invitación de mi amiga para ir en coche. Por alguna razón, ahora me sentía más segura. Decidí bañarme y, por curiosidad, miré el guardarropa que estaba a un costado. Abrí la puerta y me sorprendí. Estaba lleno de ropa de mujer, la mayoría de mi talla. Creo que todo era de mi talla. Tenía entre mis manos unas cómodas calzas grises, una sencilla remera de color blanco y unas zapatillas deportivas. Añoraba tanto vestirme así, como lo hacía antes. Era tan cómodo. Incluso había ropa interior doblada perfectamente en un cajón, e incluso algunos vestidos nuevos colgados. Era toda ropa nueva. Nunca en mi vida había visto tanta ropa. Creo que había unos tres o cuatro metros de ropa. Cerré la puerta con la ropa que había elegido y me dirigí a bañarme. Cuando el agua caliente tocó mi piel, gemí de alivio. Siempre nos bañaban con agua fría y lo hacían rápido, custodiándonos. No podíamos estar solas. Miré hacia un lado, percatándome de que no había nadie vigilándome. Sonreí. Extrañaba tanto mi privacidad, y en ese momento me sentí feliz. No me importó si había cámaras espiándome, porque valoraba ese momento como si fuera mi vida entera. Había tantas opciones de champú que me sorprendí.
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