Sumisión involuntaria

1655 Palabras

Después de esa tarde salvaje en su escritorio, Lisandro decidió que no había vuelta atrás, me había marcado como suya, y no iba a dejar que lo olvidara. Al día siguiente, apenas terminé de apagar la computadora, me agarró del brazo en el pasillo y me arrastró al estacionamiento sin darme chance de protestar. —Te vienes conmigo, ratoncita —gruñó, y su voz me erizó la piel mientras me metía en su auto como si fuera un paquete con su nombre escrito, intenté soltarme, farfullar un “¡Suéltame, animal!” con mi mejor cara de digna, pero él solo se rió, y arrancó rumbo a su pent-house sin detenerse. Cuando llegamos, me empujó contra la puerta apenas la cerró, sus manos me agarraron por la cintura, su boca chocó contra la mía, y antes de que pudiera respirar, empezó a besarme cada rincón de la p

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