Un poco de diversión

1664 Palabras
¿Me lo estaba imaginando? ¿O de verdad había algo más en su voz, en cómo me miraba? Antes de que pudiera entenderlo, me paré, decidida a no dejar que me viera dudar. —Entendido —dije, cortante, y me di la vuelta para irme. Mientras caminaba por el pasillo, no podía dejar de pensar en esa advertencia. ¿Era solo por trabajo? ¿O había algo más personal en cómo reaccionó? Mi cabeza era un lío, pero una cosa estaba clara: Lisandro Duvall estaba empezando a colarse en mis pensamientos, y no sabía si eso me daba miedo o me emocionaba más de lo que quería aceptar. Esa noche, cuando llegué a casa, tiré el bolso en la entrada y me dejé caer en el sillón con un suspiro que parecía sacarme todo el aire. Sebastián salió de la cocina con una botella de vino tinto en la mano. —¿Y qué tal? ¿Cómo estuvo tu segundo día de grandeza? —preguntó, sirviéndome una copa. Agarré la copa como si fuera lo único que me mantenía a flote y di un trago largo. —Sobreviví a una reunión con un cliente incómodo y a otro round con el CEO que no sé si quiere echarme o… algo más —dije, y le conté todo: el comentario de Varela, la advertencia de Lisandro, y esa tensión que me había dejado temblando. Sebastián escuchó con los ojos bien abiertos, y cuando terminé, soltó una carcajada que casi lo hace tirar el vino. —¿Sabes qué significa esto, verdad? —dijo, todavía riendo— ya te lo he dicho, ese hombre no está acostumbrado a que lo enfrenten, y tú lo estás sacando de sus casillas. Fruncí el ceño y di otro trago al vino —Espero que no —respondí, aunque mientras lo decía, una parte de mí se traicionó. Porque, en el fondo, la idea de volver loco a Lisandro Duvall me gustaba más de lo que quería admitir. Y eso, sin duda, era un problema. Me quedé botada en el sillón del living, mientras Sebastian volvía a la cocina, cerré los ojos y dejé salir un suspiro largo, de esos que parecen sacarte un pedazo de alma. Quería desconectar, apagar el cerebro y olvidarme de todo. Pero, como siempre, Sebastián tenía otros planes para mi noche. Regresó con una energía que no entendía de dónde sacaba, tarareaba una canción pop que sonaba en la radio de la cocina, observé su atuendo, traía puesta una camiseta ajustada que marcaba cada músculo de sus brazos y unos jeans que parecían gritar "mírame". Se paró frente a mí, cruzó los brazos y me miró con esa sonrisa traviesa que siempre era el preludio de alguna locura. —Val, no me digas que vas a pasar la noche así, tirada como si te hubiera atropellado un camión —dijo, arqueando una ceja. —Sebas, estoy muerta, hoy fue un infierno —respondí, cerrando de nuevo los ojos, lo último que quería era moverme de ahí. —Razón de más para salir. Necesitas despejarte, soltar todo ese estrés que traes encima, vamos a un club, conozco uno nuevo, exclusivo, de esos que te hacen olvidar hasta cómo te llamas, te va a encantar. Abrí un ojo y lo miré con desconfianza. ¿Un club? ¿En serio? Lo único que veía en mi futuro eran pantuflas y una serie en la tele, no tacones y luces, pero Sebas tenía ese don: podía convencerte de cualquier cosa con esa mezcla de entusiasmo y carisma que desarmaba a cualquiera. —¿Ahora? No sé si estoy para eso —dije, aunque mi voz ya no sonaba tan segura. —Claro que sí. Te pones algo lindo, te tomas una copa, bailas un poco y listo, como nueva. ¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo por ti, Val? ¿Algo divertido? Me quedé callada un segundo, pensando, tenía razón, desde antes de llegar a está ciudad me había concentrado solo en estudiar, y ahora era trabajo y más trabajo, ni una salida decente, ni una noche para mí. Suspiré, rendida. —Está bien, pero no me quedo hasta tarde —advertí, levantándome del sillón con todo el esfuerzo del mundo. Sebastián dio un salto de emoción, como si le hubiera dicho que nos íbamos de vacaciones, y corrió a su cuarto gritando algo sobre buscar la camisa perfecta. Yo me quedé parada en el living, y me pregunté si de verdad tenía ganas de esto. Pero, ¿qué más daba? Quizás una noche fuera era justo lo que necesitaba para sacarme a Lisandro de la cabeza y respirar un poco. Media hora después, estábamos en un taxi rumbo al centro, yo llevaba un vestido n***o ajustado que Sebas había insistido en que me pusiera —"¡Es sexy pero elegante, Val, confía en mí!"—, y él no paraba de hablar sobre lo épica que iba a ser la noche. El vestido era corto, con un escote que no enseñaba demasiado pero dejaba lo justo a la vista, y me hacía sentir un poco más segura de mí misma, aunque no iba a admitirlo en voz alta. Sebas, por su parte, llevaba una camisa de seda azul que le quedaba como pintada y unos pantalones ajustados que no dejaban nada a la imaginación. Mientras el taxi avanzaba por la ciudad, me miraba en el reflejo de la ventana y me preguntaba si este plan iba a ser un desastre o una salvación. Cuando llegamos al club, la fila afuera era eterna, llena de gente con pinta de modelos de i********:. Pero Sebas, fiel a su estilo, saludó al portero con un guiño y un apretón de manos que parecía un código secreto. Entramos como si fuéramos VIP, y yo no pude evitar sentirme un poco importante, aunque fuera por un segundo. Adentro, el lugar me dejó con la boca abierta: luces bajas que cambiaban de color con la música, sillones de cuero n***o que parecían sacados de una película, y una barra brillante, la música electrónica tenía un ritmo que te atrapaba. —Esto es otro nivel —dije, mirando alrededor mientras seguía a Sebas a una mesa cerca de la pista de baile. —Te lo dije, ¿no? Aquí te olvidas de todo —respondió, guiñándome un ojo con esa confianza suya. Nos sentamos y pedimos dos gin tonics, mientras esperábamos, Sebas empezó a contarme sobre un modelo extranjero que había conocido en una fiesta la semana pasada, según él, era alto, rubio, con unos ojos que "te derriten el alma", y —sorpresa— tenía una cita con él esa misma noche en el club. —No me digas que me trajiste de chaperona —bromeé, dándole un sorbo a mi bebida cuando llegó, el gin estaba frío, con ese toque de limón que lo hacía perfecto. —Para nada, tú has lo tuyo, solo quiero que te relajes y te dejes llevar —dijo, levantando su copa para brindar. Chocamos las copas, y con cada trago sentía cómo el nudo en mi pecho se iba aflojando. La música, las luces, el murmullo de la gente a mi alrededor… todo empezaba a hacerme sentir más liviana. Sebas no paraba de mirar hacia la puerta, esperando a su cita. De repente, se levantó de un salto, con los ojos brillando como si hubiera visto un tesoro. —Ahí está —dijo, señalando a un chico rubio que entraba por la puerta principal. Era alto, con el pelo despeinado de esa manera que parecía casual pero que seguro le llevó media hora frente al espejo, y una sonrisa que iluminaba el lugar— voy a saludarlo, acá, ya vuelvo. Lo vi irse con esa energía suya y me quedé sola en la mesa, observando el club, había parejas bailando tan pegadas que parecían una sola persona, grupos riendo a carcajadas y gente que parecía sacada de una revista de moda. Me sentí un poco fuera de lugar, como si no encajara del todo en ese mundo de glamour y desenfreno, pero el alcohol ayudaba a que no me importara tanto, me terminé el gin tonic y decidí ir por otra bebida. me levanté, esquivé a la gente que se movía al ritmo de la música y llegué a la barra. Pedí un mojito y, mientras esperaba, sentí algo raro, como si alguien me estuviera mirando fijamente, fue una sensación que me recorrió la espalda, un escalofrío que no podía ignorar. Me giré rápido, sin pensar, y choqué contra un cuerpo firme, y cuando levanté la vista, se me paró el corazón. Era Lisandro Duvall. Sí, el Lisandro, mi jefe, el tipo que me había tenido los nervios de punta desde el primer día. Iba vestido más relajado que en la oficina: jeans oscuros que le quedaban perfectos y una camisa negra que se le pegaba al cuerpo de una manera que era imposible no notar. Aunque iba casual, seguía teniendo esa presencia imponente, como si el club entero girara alrededor de él. Me miró con esos ojos azules que parecían atravesarme, y por un segundo, sentí que el tiempo se congelaba. —No esperaba verte aquí —dijo, su voz tranquila pero con un tono que me puso aún más nerviosa. Yo, todavía en shock, logré responder con un poco de sarcasmo para disimular: —¿Vienes a vigilarme o el destino sigue cruzándonos por casualidad? Lisandro no contestó de inmediato, en lugar de eso, tomó mi copa de mojito de la barra, dio un sorbo lento —como si fuera lo más normal del mundo— y me la devolvió. El gesto fue tan inesperado, tan íntimo, que sentí el calor subirme por las mejillas, mi corazón dio un salto, y por un momento, no supe qué decir ni dónde meterme. —Tal vez sea el destino —dijo en voz baja, casi como un susurro, mientras me pasaba la copa.
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