No podía controlarlo. No podía controlar nada. Corrí al tocador como una fugitiva. Cerré la puerta del baño y apoyé mi espalda contra ella, temblando. Encendí el grifo y metí las manos bajo el agua. El agua fría me golpeó la piel, y sin pensarlo me la eché en la cara una, dos, tres veces. —Mierda… —susurré, viéndome al espejo. Mis ojos estaban rojos, mis mejillas encendidas, mi boca hinchada. Parecía una loca. El agua resbalaba por mi cuello, pero no apagaba el incendio que llevaba dentro. Sentía calor, demasiado calor. Como si mi cuerpo estuviera ardiendo y yo no pudiera medir la temperatura. Me apoyé en el lavamanos, respirando entrecortada, viendo mi reflejo que apenas reconocía. —¿Qué carajos es esto? —me dije a mí misma, con voz temblorosa. Mi pecho subía y bajaba, mis labios t

