—¿La hoguera familiar? —replico con sarcasmo—. ¡Perfecto! ¿Vamos a convocar al vecindario? Ella se ríe otra vez. —Ay, Bella. —Me mira con cariño raro—. Eres un drama andante. Me siento en el bordillo de la escalera, con las rodillas calientes por el sol y la cabeza hecha un revoltijo. La idea de que Francesco pueda ir con mi madre no sale de mi cabeza como un mal presagio. Pero también noto que la rabia ha cambiado de forma: ahora está menos como un incendio y más como una chispa que puede encender algo distinto. —Escucha —digo, bajando la voz—. Si él dice algo, no voy a dejar que hable con mamá. Pero tampoco puedo andar con esa vergüenza colgando. ¿Qué propones, genia suprema? Mi hermana se sienta a mi lado, se cruza de piernas y pone la cara de quien tiene un plan maestro. —Prime

