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En el trayecto, mi mente se hace escenas absurdas: mamá con los ojos hinchados, mi hermana enviándome mensajes con emojis de fuego, Alejandra mirando con esa mezcla de desprecio, y Francesco, tan imposible, tan cercano, como un desafío constante. Me prometo que hoy voy a ser profesional. Lo repito como un mantra. Pero también me prometo que no voy a renunciar a ese hilo de locura que me hace atreverme a jugar con fuego.
Na-ah, ni yo misma me lo creo.
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Llego al trabajo, aparco la moto en el sitio que conozco bien y me pongo el casco bajo el brazo. Al bajar, me fijo en la ropa: todo en orden, un peinado que disimula el desvelo, el aroma sutil del perfume que alguien, quizá yo, eligió para no borrar del todo lo que sentí. Entro con paso firme hacia la pue
