CAPITULO 15

267 Palabras
—Ahora, vamos a hacer nuestro infierno un paraíso, mi amor. Y vamos a reclamar lo que es nuestro. Azrael me levantó en sus brazos con una facilidad que me hizo sentir ingrávida. Me llevó a través de la biblioteca, sus pasos firmes y decididos. No me dirigía hacia la puerta de la que habíamos entrado, sino hacia un pasaje oculto detrás de una estantería que se deslizó sin hacer ruido. La oscuridad nos envolvió, pero una tenue luz azul emanaba de la piel de Azrael, una luz que iluminaba sus rasgos y me permitía ver el camino. El pasillo era estrecho y largo. Olía a tierra mojada, a piedra antigua, a un lugar que había estado escondido por siglos. De repente, el pasillo se abrió a una gruta. El techo de piedra era alto, con estalactitas que brillaban con la luz azul de Azrael. En el centro, había una enorme piscina de agua cristalina, que reflejaba la luz de las estalactitas y creaba un juego de sombras en las paredes de la cueva. Azrael me bajó con cuidado, sus manos nunca dejaron de tocarme. Me miró a los ojos, su mirada intensa, y vi en ella no solo el deseo, sino una promesa de un futuro retorcido y glorioso. —Aquí es donde el mundo de los ángeles y los demonios se unen —dijo, su voz resonando en la gruta. —Es aquí donde se forjan los pactos más poderosos. Se inclinó, sus labios rozando los míos. —Zahria, mi ángel caído, ¿estás lista para ser mía? ¿Lista para reclamar tu verdadero destino?
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