El aire estaba denso en la sala de estar cuando las palabras de mi padre resonaron como un eco amargo. Sus ojos, una vez llenos de vida y ternura, ahora reflejaban una frialdad que cortaba como el viento invernal.
"Lo siento, Ada", dijo mi padre con voz inexpresiva. "No puedo quedarme más tiempo".
Mis ojos se ampliaron en incredulidad mientras intentaba procesar las palabras que acababa de escuchar. ¿Cómo podía abandonarme así? ¿En esta vida sola, llena de secretos y sombras? Mi madre observaba en silencio, sus ojos revelando tanto dolor como los míos.
"¿Abandonarme?" balbuceé, mi voz temblando con una mezcla de incredulidad y angustia.
Mi padre evitó mi mirada, sus labios apretados en una línea firme. "Tengo asuntos que atender, Ada. Cosas que no puedes entender".
Las lágrimas amenazaron con desbordarse, pero las contuve con fuerza. No podía permitir que me viera quebrantada. "¿Cómo puedes hacer esto? ¿Cómo puedes dejarme aquí, en este lugar?"
"Es por tu propio bien", insistió, pero sus palabras sonaban huecas y desprovistas de consuelo.
Mi madre, incapaz de soportar la tensión, se adelantó, intentando mediar. "Hay cosas que debes saber, Ada. Cosas que tu padre está tratando de protegerte al dejar que descubras por ti misma".
La ira ardía dentro de mí, pero también la confusión. ¿Qué secretos oscuros ocultaban mis padres? Mi padre dio media vuelta, listo para alejarse de la mansión y de mi vida.
"Te aseguro que esto es lo mejor", murmuró antes de desaparecer por la puerta.
Me quedé allí, en medio de la sala de estar, sintiéndome abandonada y vulnerable. El eco de sus pasos se desvaneció.