En ese momento, el rostro de Anna se suavizó con una mezcla de compasión y amor maternal mientras explicaba: ―Veréis, resulta que la pobrecilla ha quedado muda. Perdió la voz en un desafortunado percance hace poco. Os lo contaría con más detalle, pero es una historia bastante extensa, la verdad. Los ojos de Isidoro se abrieron de par en par, y su abanico se detuvo momentáneamente en el aire. Su expresión pasó rápidamente de la sorpresa a la compasión, y las arrugas alrededor de sus ojos se acentuaron con preocupación. ―¡Ay, madre mía de mi alma! ―exclamó, llevándose una mano al pecho―. Pero vamo a vé, que parece que sí que escucha la muchacha, porque me ha movío la cabeza. ¡Echen tó el cotilleo! Reinaldo, con su característico tono serio y un ligero fruncimiento de ceño que acentuaba l

