En aquel instante, de lujuria Reinaldo aquel hombre imponente de 1.90 metros, con cien kilos de pura masculinidad, rompió las últimas ataduras que lo mantenían a raya. La atmósfera estaba cargada de una intensidad extremadamente s£xual, y sus ojos, antes destellos de calidez, se tornaron salvajes, brillando con una lujuria primaria que encendió una chispa de lascivia y pasión en el corazón de Charlotte.
Con un gruñido gutural, su cuerpo potente la embestía con una ferocidad que le robó el aliento y la sumió en un mar de placer. Charlotte arqueaba la espalda, con su cuerpo en un vaivén involuntario, mientras sus labios se cerraban en una "O" de asombro y placer. Los gemidos comenzaban a fluir de su garganta, una sinfonía de sonidos que se tornaban cada vez más intensos, más desesperados, a
