Reinaldo, con el teléfono aún en la mano, sentía el peso del dispositivo como si fuera un secreto tangible. Se giró para dejar pasar a José Manuel, intentando ocultar la turbación en su rostro. Su mente, un torbellino de imágenes y sensaciones, seguía reviviendo la fotografía de Charlotte. El deseo ardía en su interior como una llama inextinguible, consumiendo cada fibra de su ser. Era la primera vez que anhelaba tanto a una mujer, quizás porque esta vez estaba lejos, inalcanzable pero tentadora, como una fruta prohibida que solo hacía más intenso su apetito.
―Pasa, pasa ―dijo, haciendo un gesto con la mano. Su voz sonaba ronca, y tuvo que aclararse la garganta―. Veo que has venido preparado para una pequeña celebración.
Sentándose en un lujoso sofá cercano, Reinaldo cruzó las piernas, u
