Sin embargo, Anna se quedó en silencio por un momento, con sus ojos fijos en un punto indefinido del horizonte a través de la ventana porque sintió algo de culpa. Cuando se giró hacia él, su rostro mostraba sombra de duda que rara vez permitía que otros vieran. ―¿Tú crees que estoy haciendo mal? ―preguntó, con su voz apenas un susurro. Isidoro detuvo abruptamente el movimiento de su abanico, subrayando la importancia de la pregunta. Sus ojos, café, se clavaron en Anna pero esta vez su mirada se transformó con una mezcla de lealtad y afecto que iba más allá de la relación empleado-jefa ya que, para él Anna era como su madre. ―¡Anda¡ ¡no, pa' ná' Anita, tú ere' una santa! Tú no estás haciendo na' malo. Así que tranquila. La Aurora más bien e' una suertuda al habé' caído aquí en esta casa

