En ese instante, como impulsada por un resorte invisible, Charlotte se bajó de la cama con una agilidad sorprendente. Con el corazón latiendo desbocado en su pecho, se dirigió con pasos rápidos y decididos hacia el gran ventanal de la cabaña. El ventanal, una imponente estructura de vidrio y madera que ocupaba casi toda una pared, ofrecía una vista panorámica del exterior. Con las manos temblorosas, Charlotte apartó ligeramente la cortina de lino, creando una pequeña abertura para mirar. La tela suave se deslizó entre sus dedos, y por un momento, se sintió como una adolescente espiando algo prohibido. Normalmente, cuando Charlotte llegó por primera vez a la cabaña, habría admirado el paisaje boscoso que se extendía más allá: los altos pinos mecidos por la brisa matutina, el cielo de un

