Los siguientes días transcurrieron lentos. Siguió la misma rutina de siempre. Hubo hablado por teléfono con su editora y las cosas, dentro de todo, parecían ir bien.
No descartó la idea de echar todo por la borda y continuar con su vida como hasta el momento. Lo único que cambiaría era el hecho de que sus trabajos dejarían de ser publicados. Al tercer día, encontró ridículo ese pensamiento. Después de años de esfuerzos, sus novelas estaban dentro del mercado literario y, verdaderamente —si se ponía a pensar bien—, dejar de escribir resultaría un insulto para con sus lectores y fans. Puede que todas sus obras estuviesen bajo un seudónimo, pero, al fin y al cabo, eran suyas y debía de reconocer que afuera se hallaban un sinfín de personas que gustaban y amaban sus trabajos. Se reprochó por
