1.

2921 Palabras
Era una noche cerrada y fría de invierno, las copas de los árboles se agitaban con el paso del viento y las ramas cedían ante el enorme peso de los copos de nieve que se acumulaban en las hojas, pero dentro del bosque, a pesar de todo, se no se percibía ni el más pequeño de los ruidos. Tan entrada la noche, solo los animales nocturnos pululaban por los alrededores y se atrevían a romper el mutismo que se cernía sobre el monte, y una que otra lechuza de invierno pasaba volando, en busca de su siguiente presa. Moira ladeó la cabeza, tratando de escuchar lo más lejos que sus orejas le pudieran permitir en busca del primer lobo que apareciera, pero llevaba más de media hora quieta en la misma posición mientras se le congelaba la cola, literalmente, esperando el paso de la manada que se supone hacía horas debería de haber pasado. Miró su ropa tirada a un lado, la chaqueta rosa y las botas grises que tanto le gustaban estaban empapadas por la nieve y agradeció haber tenido tiempo de quitárselas para no rasgarlas. Miró alrededor, el bosque nunca le había llamado la atención, más bien, le tenía un poco de miedo, las cosas que contaban que pasaban ahí le erizaban la piel en las noches, pero no podía quedarse como una espectadora normal mientras la carrera se libraba lejos de su vista, claro que no, ella quería están en primera fila, por eso estaba ahí, quieta entre la nieve y con los sentidos alerta. Hacía mucho tiempo el venado errante había pasado junto a ella, confundido y asustado, pero muy veloz, y le sorprendía lo lentos que estaban siendo los demás para seguirle el paso, pero cuando estaba casi a punto de darse por vencida, una barahúnda de patas contra el suelo la hizo quedarse completamente paralizada. Se agachó contra la nieve al tiempo como veía que unos cinco o seis lobos aparecían a toda carrera, directamente hacia ella, se detuvieron justo en frente, olfateando el rastro del venado errante que les llevaba horas de ventaja. Su pelaje blanco como la nieve le ayudaba a camuflarse y elevó una plegaria a la luna para que no les llegara su aroma, pero en menos de una milésima de segundo los seis lobos miraron hacía ella. Sintió sus conciencia acariciar la suya, y notó sutiles mesclas de sentimientos, rabia, curiosidad y burla, sobre todo burla. Todos emprendieron de nuevo la marcha hacia donde el venado había desaparecido, pero uno de ellos se quedó ahí, mirándola fijamente. Su pelaje, completamente n***o resaltaba como una sombra entre la nieve, como un demonio dispuesto a atacar. Moira sintió su conciencia, dura como una pared de cemento taladrarle la cabeza, y dio entrada a lo que sabia sería el regaño de su vida. —Vete —le dijo la inconfundible voz. — Pero quiero ver —se defendió ella, se puso de pie y varios copos de nieve rodaron por su blanco pelaje. —No te estoy preguntando —le dijo el enorme lobo meneando la cabeza —es una orden, vuelve a la vereda y espera a que termine la cacería, ¿me oíste? —Moira agachó la cabeza, tenía dos enormes razones par a obedecerlo, era su alfa —¿me oíste? —repitió de nuevo y ella agachó más la cabeza. —Si, papá. El lobo, de dos enormes zancadas, desapareció de su campo de visión, como una sombra espantada por la luz. Moira recogió su ropa y sus botas de un solo mordisco y las apretó con fuerza, ¿Cómo su padre podía hacerle eso? Ya no era una niña, ya sabía transformarse a la perfección y llevaba meses enteros practicando en el bosque, ¿Por qué las demás mujeres sí podían presenciar la cacería y ella no? Se lanzó de una zancada a una pequeña zanja y comenzó a correr de manera desenfrenada hacia la vereda. La cacería el venado errante se hacía cada año en la época de infertilidad, se lanzaba al bosque a un venado y luego era cazado por los machos de la manada, era totalmente injusto, las mujeres también deberían de participar, también tenían las mismas habilidades que los hombres, incluso había unas mucho mejores, pero no, solo ellos podían darse el lujo de ser coronados como el cazador del año. El ganador recibiría un trofeo, dinero y el honor de ser coronado como el cazador de año, entonces el hombre decide si invitar a una de las mujeres a salir y ésta decidía si aceptar o no, pero ninguna se negaba, la presión social era abrumadora, y más aun sabiendo que casi todas esas citas terminaban en sexo desenfrenado en el bosque. Por eso la tradición dictaba que se debía hacer en tiempo infértil, para que la mujer no quedara embarazada. Pensar en eso la hizo frenar en seco, y toda la nieve que tenía encima salió volando hacia el frente, envolviéndola en una niebla blanquecina. Ya estaba a punto de cumplir veintiún años, y se le estaba yendo el tren, perdería su fertilidad a los veinticinco y aún no había encontrado un humano que por lo menos, si tenía suerte, la embarazara y se desapareciera, así ella no tendría que lidiar con la responsabilidad de meter a un humano en todo ese asunto de lobos. Se imaginó declarándose al chico guapo de la librería: “Ey, soy una mujer lobo ¿Me quieres embarazar?  Es que entre lobos no podemos” lo imaginó corriendo y gritando.  Cuando logró vislumbrar la luz de la fogata en la vereda, se detuvo, soltó su ropa que cayó al suelo haciendo volar nieve en todas direcciones y retomó su forma humana. Habían pasado meses desde que lo había hecho por primera vez, y aun no podía acostumbrarse a esa sensación extraña en el cuerpo, como si se desprendiera de un inmenso abrigo, sintió el hormigueo en las piernas y el frio cuando sus pies desnudos se hundieron en la nieve.  Le entró un frio tan grande que pensó no tendría tiempo a tomar sus cosas y ponérselas antes de que muriera congelada y cuando deslizó la chaqueta por sus brazos dejó escapar un gemido de placer. Ya vestida y lista, caminó lo que le faltaba para llegar. Junto a la hoguera estaban reunidas unas cuantas mujeres humanas y los niños, contaban algunas historias y se quedaron en silencio cuando ella llegó. Su aspecto debería ser deplorable despeina y mal arreglada. —Hola —saludó, y se sentó en un tronco de madera junto a Wilson. —Te descubrieron —le dijo el hombre, era alto y grueso, con una voz cálida y cabello canoso. Moira asintió. Los niños y las mujeres continuaron hablando y jugando —Pero esa cara que tienes no es por eso —le dijo el hombre y ella asintió. —Me asusta un poco el compromiso, y el deber de tener hijos —El hombre asintió y se quedó mirando la hoguera que ardía con un fuego amarillo y naranja. —¿No quieres hacerlo? —preguntó y ella negó. —Me asusta encontrar un humano, no es como una relación en que si no funciona te consigues otro y ya, quien sea mi novio sabrá mi secreto, y si se convierte en mi ex, no ceo que las cosas salgan bien —Moira confiaba en Wilson, era un hombre amable y atento que siempre sabía guardar los secretos y dar buenos consejos —Cuando —continuo Moira —¿Cuándo Azucena te contó la verdad te asustaste? —el hombre se quedó pensativo un segundo. —Claro que si —dijo —aunque al principio no le creí, ¿cómo iba a creer que mi novia de un año era una mujer lobo que pertenecía a una manda y que no podía casarse con otro lobo porque no podían engendrar hijos? —Moira sonrió —necesité un par de semanas y ahora mirame, cincuenta años después sentado en el frio cuidando su ropa mientras ella ve como una manada de lobos da cacería a un pequeño ciervo —ambos rieron y Moira se puso seria nuevamente. —¿Crees que sea verdad? ¿Que si dos lobos se aparean…—dudó al continuar y bajó la voz —Nazca un lobo cien por ciento lobo? —Wilson no logró contestar ya que una algarabía procedente del camino inundó el lugar. Las mujeres llegaban, ya humanas, acompañadas por los hombres. La cacería ya había terminado y el ganador venía en medio de todos, entre vítores y empujones amistosos. Moira levantó la cabeza y lo vio, era el chico que casi no asistía a las reuniones, ¿Alexander? No lo veía mucho, casi nunca se dejaba ver y en el pueblo nunca se lo había topado. El chico entró, llevaba en la mano la piel del venado y cuando la luz del fuego le acarició el rostro Moira apartó la mirada, era alto, de cabello n***o y ojos azules, la barba crecida le daba aspecto maduro y estaba casi segura de que su forma de lobo era tan oscura como la de su padre. Cuando estuvo cerca el joven miró a Moira y le sonrió, ella apartó la mirada disimulada mente, él era terriblemente atractivo, cosa que más que asombrarla, la preocupó. Unas cuantas chicas de su edad llegaron hasta él y se le colgaron del brazo, le dedicaron un par de besos en las mejillas. Él los recibió con incomodidad y cuando vio a Lucía, la mujer que lo había criado se deshizo de ellas y corrió a abrazarla. —¿Él ganó también el año pasado? —le preguntó a Wilson y él asintió. —Es un lobo muy bueno, tu padre dijo que tenía un perfil excelente para ser el Alpha —el hombre sabía lo preguntona que era Moira y no se esperó a que ella lo dijera —No sé qué pasó con sus padres. —Es muy raro ¿no? —dijo ella y Wilson se rio —Como es que sus padres desaparecieron así, sin más —Wilson se encogió de hombros. Cuando el muchacho soltó a Lucía, la mujer tenía el cabello despeinado y la cara roja. El padre de Moira, Víctor, apareció, tan alto como una montaña, con el cabello n***o, la mandíbula cuadrada y los ojos profundos. Cuando llegó ajustándose el abrigo a la altura de la cintura, todos bajaron un poco el volumen de su voz. —Felicidades —le dijo al chico ganador y todos guardaron silencio —una vez más te coronas como el cazador del año. ¡Donde están los premios¡ —gritó y todos aplaudieron, uno de los niños, nieto de doña Laura, entró corriendo con la copa y se la tendió a Víctor con manos temblorosas, el Alpha la tomó y le acarició la cabeza. Le tendió la copa al ganador y este la tomó —El dinero no es mucho, como sabes —continuó su padre —pero sé que te servirá. —Voy al baño —le dijo Wilson a Moira y se puso de pie tan rápido como pudo. Ella observó como uno de los hombre empujaba a su padre —Dile — le dijo y él sonrió, se dirigió al chico y lo meneó por el hombro, se estaba formando un ambiente jovial y chistoso entre todos —¿este año si pensarás invitar a alguna chica? —preguntó —O chico, aquí nadie juzga —todo rieron y Alexander clavó su mirada en Moira, y todos se dieron cuenta. La risa de su padre se desvaneció. —Tengo una idea —dijo el chico y Moira enrojeció hasta las orejas, cuando él vio al Alpha le apartó la mirada, y ella vio que se le enrojecían las mejillas. La fiesta siguió, uno de los más ancianos lanzó leña al fuego y comenzó a contar viejas historias de grandes batallas, y Víctor se sentó junto a su hija, que le apartó la mirada. —Espero que no sea para advertirme que no acepte la invitación del ganador —le dijo ella y sintió como el enorme cuerpo del hombre se recostó al suyo, e inmediato le invadió una tibia sensación. —En realidad venía a decirte lo contrario —Moira lo miró tan abruptamente que todas las vértebras del cuello le crujieron. —¿Qué? —preguntó y el hombre la empujó con el hombro. —Estoy seguro que le dirás que no —le dijo —y yo quiero que salgas de esa habitación, de tus libros y vivas una vida —Moira bufó, de nuevo esa conversación —sé que no podrás formar una familia con él, pero, dale una oportunidad, es buen chico. —Papá —ella miró a Alexander, estaba bailando una canción con una de las niñas mientras los demás menores del grupo saltaban a su alrededor —Yo no quiero novio. —¿Quién dijo que tenías que hacerte su novia? —la envolvió en un cálido abrazo —sal con él, tal vez sean buenos amigos o algo —le dio un sonoro beso en la mejilla y se fue hacia la hoguera, que lanzó chispas que se disolvieron en el aire frio. Después de una media hora, vio como Alexander caminaba hacia ella y sintió como el cuerpo se le tensó, el muchacho se sentó a su lado y le tendió la mano. —Hola —dijo —Soy Alex —Moira le tomó la mano y rio, era tibia y grande. —Sé quién eres y tú sabes quién soy, nos conocemos hace años — —No—le respondió, tenía una voz linda, como un susurro gabe —Nos hemos visto desde hace años, pero nunca hemos hablado, eso no es conocernos—ella miró hacia la hoguera y él la imitó. —No salgo mucho —añadió como única respuesta. —Tampoco yo —después de un rato en silencio se aclaró la garganta —¿Qué te gusta hacer? —No hablar —le respondió seca, la verdad no le interesaba entablar amistad con él, era un tipo sexy e interesante, y le aterraba la idea de darle una oportunidad y que le gustara, solo tendría dos opciones: terminar con él un par de años después o casarse y jamás tener hijos como doña Luisa y don Rubiel, ambos lobos. Se golpeó mental mente, estaba siendo muy apresurada, él solo quería invitarla al bosque a tener sexo, como era la patética costumbre del ganador de la cacería. Lo miró de reojo, tenía una expresión de sorpresa ante su respuesta, el cabello n***o estaba despeinado y la barba crecida, la piel blanca y los labios rojos. Tal vez, después de todo, no sería una mala idea, a la mañana siguiente se encerraría de nuevo en su habitación y no volvería a cruzar palabra con él. —Ya veo —dijo él y luego sonrió —A mí me gusta hacer ejercicio, tengo pesas y todo — Moira estaba a punto de contestarle que ni se había fijado cuando lo escuchó, como un pequeño susurró acompañado de un olor, un olor antiséptico, como de hospital. Miró para todas direcciones. Un sentido extraño subió por su estómago y le apretó la garganta, el instinto licántropo la instó a convertirse, pero se contuvo. Nadie conocía esa ubicación del bosque, nadie que no fuera de la manada. El susurró se convirtió en el sonido de una pisada, a lo lejos, y ella dio un brinco al tiempo que agarraba la mano de Alexander. —¿Lo oyes? —le susurró y él prestó atención, luego negó. —¿Qué pasa? —no logró contestar a la pregunta del muchacho ya que algo pasó rompiendo el aire, como una flecha y golpeó la espalda del Alpha que charlaba alegremente. Un profundo grito salió de la boca de su padre, y antes de que alguien pudiera hacer algo, unas cuantas personas más cayeron al suelo en medio de lamentos. Alexander tomó a Moira por la espalda y lanzó al suelo —¡Protégete! —le dijo. Los gritos de más personas se sumaron al ambiente, y Moira se arrastró hasta su padre. Junto a él había un dardo, que tenía un contenedor trasparente y lograba verse un poco de líquido Purpura. —Papá —dijo ella al borde del llanto, pero el hombre no contestó, parecía estar luchando con un tremendo dolor, como si tuviera ácido en las venas. —¡Huyan! —gritó y la orden se alzó por encima de los gritos de los demás. Moira vio como toda la manada se dispersaba, varios se convertían y los niños se trepaban en sus enormes lomos para luego desaparecer entre la oscuridad y el frio. —Papá —dijo ella y su padre la miró. —Vete —le dijo en medio del dolor —Te amo, hija —Casi no podía hablar —Alexander —el joven estaba agachado tras Moira y se acercó al instante —llévatela y cuidala, no regresen al pueblo escóndanse, es una orden —Alexander asintió y tomó del brazo a Moira arrastrándola. —¡No! —grito ella, y vio a su padre, tirado en el suelo, en medio del dolor y el desasosiego, entonces se dejó guiar por el chico ya que sus lágrimas no le dejaban ver. Se sumergieron en la oscuridad del bosque a toda velocidad.  
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