¡Mi Carlitos!

1315 Palabras
Ella levantó la cabeza, despegándola del pecho de Carlos, mirándole a los ojos, él le devolvía la mirada, los labios se acercaron, jugaron entre ellos, las manos se fueron acariciando por todo el cuerpo. De pronto, como si alguien hubiera dado el pistoletazo de salida, se morrearon con mucha más pasión, las manos de Carlos se metieron por debajo de la falda de Catalina, ella estiró de su camiseta quitándosela, él le pegó un tirón de las bragas arrancándoselas, ella descontrolada le desabrochaba el pantalón, él la estiraba boca arriba en la hierba, se bajaba de un tirón los pantalones y ropa interior, a la vez que se colocaba en medio de las piernas de Catalina. La penetró con dureza, haciéndole dar un alarido de gusto, los pollazos iban y venían, el culo de Carlos subía y bajaba, la lluvia no cesaba de caerles encima, es más, cuando le metió la polla todavía arreció más. Fue un polvo loco, descontrolado, muy pasional, buscaban sentirse uno al otro una última vez. Se corrieron a la vez, Carlos siguió penetrándola, sin perder un ápice de fuerza, ella con la mirada, gimiendo sin parar, le animaba a seguir, sabía de sobras que Carlitos, como ella lo llamaba, con una corrida no tenía bastante. Y tenía toda la razón, tres veces se corrieron los dos, hasta quedar uno encima del otro, quietos, empapados por fuera y por dentro. Catalina le acariciaba el pelo, las lágrimas le resbalaban por la cara disimuladas por la lluvia, él también lloraba, sabía que aquello era una despedida, una triste despedida. Una semana más tarde, Catalina le comunicó al padre de Carlos que se iba, tenían planes de futuro con su novio en otra ciudad. El último día, Carlos entró en la habitación de Catalina, se abrazaron y se dieron un piquito en los labios de despedida, ella le acariciaba la cara. —¡Ay mi Carlitos! Nos lo hemos pasado bien ¿Verdad? Él se lo confirmaba con la cabeza, no quería hablar porque sabía que empezaría a llorar. —Eres un buen chico, sigue así por favor. Se volvieron a abrazar, él caminaba para abandonar la habitación. —Una cosa más…— Le dijo Catalina llamando su atención, el se giró con los ojos vidriosos.— Las chicas te van a adorar, eres un gran amante. Carlos le sonrió, se giró y se fue para su habitación, mientras caminaba pensaba, claro que seré un buen amante, tú me has enseñado bien. Desde la ventana vio como ella atravesaba el jardín y salía por la puerta de servicio, con una bolsa colgando del hombro, lloró de tristeza, nunca más la volvió a ver, pero en la vida, jamás, jamás se olvidaría de ella. Cuando Sabrina se despertó, lo primero que vio fue a Carlos, él la miraba con ternura, acababa de pensar en su historia con Catalina, estaba sensible. La estrechó entre sus brazos, ella apoyó la cabeza en su pecho, rodeándole la cintura con los suyos. Carlos le besó la cabeza. Sí que había tenido otras relaciones, unas más largas y otras más cortas, pero por un motivo u otro, o lo dejaban, o las dejaba él, nunca encontró a una chica con la que se sintiera totalmente bien. Con Sabrina fue distinto, no sabía si por lo que le costó empezar la relación, o por lo hermosa que era, pero con ella se sentía bien, muy bien. —Que tranquilidad, no se oye nada, todo es silencio y paz.— Opinaba Sabrina. —Abrazado en esta cama contigo no necesito nada más, me quiero quedar aquí para siempre.— Le decía muy romántico Carlos. A ella se le escapó una carcajada. —Perdona Carlos, perdona, es que cuando dices esas cosas me entra la risa, lo siento.— Se disculpaba Sabrina no pudiendo parar de reír. —¡Joder! Desde luego que puntería he tenido queriendo salir contigo, con lo romántico que soy yo y lo fría que eres tú coño.— Se quejaba de cachondeo Carlos. —No cariño no, yo también soy romántica, mira, mira.— Le decía Sabrina, aun riéndose un poco. Le puso una mano a cada lado de la cara y le dio un beso, muy tierno, muy amoroso. Se colocó encima de él, le agarró la polla, consideró que ya la tenía lo suficientemente dura, se la apuntó en el agujero del coño, levantó el culo y se dejó caer lentamente, penetrándose, disfrutándolo, a Carlos verle la cara en esos momentos le encantaba, se le notaba que ella disfrutaba de lo que estaba haciendo. Sabrina se movió, lo excitó, se excitó ella, las pulsaciones fueron subiendo, junto con los gemidos y gritos de placer, hasta correrse los dos juntos. Ella le miró y lo besó contenta de haber llegados al orgasmo los dos juntos otra vez. Él también le sonrió, la agarró por las caderas y la giró, se colocó en medio de sus piernas, cuando Sabrina quiso darse cuenta, ya volvía a estar empalada por la polla de Carlos, y lo más extraño, se la estaba follando como si no hubiera pasado nada. De dónde saca este hombre esa energía, pensaba Sabrina. No le dio tiempo a pensar mucho más, Carlos se movía dentro de ella como quería, le estaba dando un gusto tremendo, aceleraba haciéndola gritar, bajaba el ritmo, un placer suave le recorría todo el cuerpo. Ella no sabía donde había aprendido Carlos a hacer esas cosas, pero estaba encantada de que las hiciera, le hacía disfrutar del sexo, en solo una tarde, más que en toda su vida. Y como no, llegaron a otro orgasmo a la vez, volviendo a llenarle el coño de leche. Carlos al acabar, posó su cabeza encima del pecho de Sabrina, esta le rodeó la cabeza con sus brazos, besándosela. —¡Chico! Si de algo no me puedo quejar contigo es del sexo, que bestia, no sé cómo puedes aguantar tanto.— Decía admirándolo Sabrina. —Será por el cuerpazo que tienes, me vuelve loco ¿Podemos meternos ya en la bañera? O ¿Vamos a seguir follando? Es por organizarme. Sabrina se le tiró encima riendo, él la agarró por debajo, levantándose con ella en brazos, la llevó hasta la bañera y se metieron juntos. Qué gran semana pasaron, pasearon, se relajaron, comieron, compartieron cenas románticas, y sobre todo, follaron, follaron a todas horas, de todas las formas posibles, salieron de aquel hotel conociéndose perfectamente todos los rincones de sus cuerpos, cada recoveco, cada pliego de la piel. El último día, justo antes de marcharse, Carlos estaba en la habitación asegurándose de que no se dejaban nada, las bolsas ya estaban preparadas en la salida, Sabrina se colgó las suyas en el hombro. —Carlos, voy a buscar botellas de agua para el camino.— Sabrina salió de la habitación. Escuchó algo que le dijo Carlos y que no entendió. Pidió las botellas en el bar, las pagó en efectivo para que no engordaran más la cuenta del hotel, se acercó a recepción y les pidió que fueran preparando la factura, su novio estaba a punto de bajar. —Señorita.— Llamó su atención el recepcionista después de teclear en el ordenador. Sabrina se volvió a acercar.— La cuenta ya está pagada.— Sabrina abrió los ojos sorprendida. —¿Cómo que ya está pagada? ¿Quién…?— Entonces pensó.— Vale, vale, gracias.— Contestó educadamente Sabrina. El recepcionista le sonreía, estaba claro que había sido un detalle de su novio. Cuando bajó Carlos, devolvió las tarjetas de la habitación, miró al exterior y vio a Sabrina con una bolsa en el suelo a cada lado, mirándolo con los brazos en jarra. Caminó despacio saliendo del hotel, pensaba, prepárate Carlos que llega una tormenta, me parece que no se ha tomado muy bien tú invitación. Antes de que Sabrina comenzara a hablar.
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