El amanecer se colaba por las rendijas de la oficina de Roberto como un puñetazo frío. Él estaba ahí, pegado a la mierda de computadora, con los ojos hinchados y la cabeza palpitando de tanto mierda que había estado quemando. El café barato daba vueltas en el estómago, pero él no tenía tiempo para andar con mamadas. Había algo jodidamente raro en ese fondo del que Damián y su consejo hablaban a sus espaldas. Roberto apretó los puños, mirando las cifras en la pantalla. Si eso no era una puta anomalía, él era un pendejo sin dos dedos de frente. La cuenta del fondo “Atlas Venture” no cuadraba ni para joder. Movimientos raros, transferencias que entraban y salían más rápido que un puto avión privado, y bancos offshore con nombres que parecían sacados de una película de mafiosos baratos. —¿Qu

