El día amaneció con la ciudad todavía adormecida y el sol apenas filtrándose entre las grietas de los edificios oxidados. Pero en el corazón de Vértice, en un salón vacío que olía a café barato y a promesas rotas, Damián pulía su sonrisa de mierda como si fuera a partirle la cara a cualquiera que no estuviera a su alrededor. —Hoy, todos van a entender quién tiene el puto control —dijo con voz firme mientras ajustaba su corbata. No era ni la mejor ni la más elegante, pero para él era una marca de autoridad, un puto escudo contra la mierda que se le venía encima. Los asistentes comenzaron a llegar, una mezcla de periodistas, socios, inversores y algunos inútiles que siempre andan buscando dónde soplar mierda para salir en las noticias. Damián sabía que la prensa era fuego que podía quemar

