Una noche, Clara recibió una llamada anónima. La voz al otro lado era fría, calculadora. —Si quieren jugar ese juego, cuidado —advertía—. El silencio también puede ser trampa. Algunas fichas, en la inacción, pueden estar cavando su propia tumba. Clara esbozó una sonrisa amarga. —Pues que cave quien tenga que cavar. Nosotros vamos a estar listos cuando llegue la mierda. Colgó y miró la ciudad, sintiendo que la guerra ya no se libraba con balas ni con gritos, sino con la paciencia del que sabe que la última jugada la tiene el silencio. El poder de la inacción, del silencio, se había convertido en la peor maldición para Damián, y en la esperanza más asquerosa para Vértice. Fernando sabía que era un puñal más peligroso que cualquier bomba. Porque mientras los demás gritaban y luchaban por

