La mierda se había salido del control, y en ese puto laberinto de traiciones y soplamocos, Lucas sabía que tenía que moverse rápido antes de que lo cogieran con las manos en la masa. Pero lo que no esperaba era que esos dos cabrones, Damián y Fernando, con los que había estado chupando de la misma teta podrida por años, finalmente decidieran cagarle el juego a lo grande. —¿Así que me vas a traicionar, gilipollas? —dijo Lucas con la voz retumbando en la habitación sucia donde se ocultaba, el sudor chorreándole por la frente y el corazón palpitando como un puto martillo. Damián y Fernando aparecieron de la nada, como dos perros rabiosos oliendo la sangre fresca. Las miradas eran cuchillos afilados, la tensión tan densa que casi podía cortarse con un puto cuchillo oxidado. —No es por gusto

