VIERNES Y NO LO VOY A VER...

2269 Palabras
Viernes… Lo terrible de este amanecer, no es el hecho de que aún continúo sintiéndome como un mal incurable a pesar de haberme desahogado llorando casi toda la noche, no, lo peor es no saber cómo lidiar con la sensación de estar atrapada en una especie de círculo vicioso junto con aquel chico del demonio, y además de eso, tener que levantarme de la cama y fingir que no está pasándome nada de nada. Me estoy desmoronando, con cada mirada de odio suya una parte de mí parece romperse y simplemente no puedo impedirlo. Me quito las sábanas de encima. « ¿Y ahora qué rayos voy hacer?» no tengo ni idea, me siento como un barco sin timón. Ya he intentado ignorarlo y la verdad, es algo imposible y agotador, también he probado evitarlo pero hasta el destino parece confabular en mi contra cruzándolo en mi camino a la menor oportunidad. En fin, lo mejor será dejar de atormentarme tanto y continuar con mi existencia. A las 06:55 a.m., llego a la Universidad, y como supongo y temo, mi día no da señales de mejorar en absoluto, al contrario, tras dos días de ausencia, la ostentosa Harley Davidson negra con franjas rojas en la carrocería, está aparcada en el lugar de siempre cuando bajo del transporte. Mi corazón se sacude ipso facto al ver la ostentosa máquina, no sé definir si de rabia o alivio, tal vez de ambas cosas, es confuso determinar qué emoción pesa más; si la rabia, porque su dueño ha regresado para hacerme la vida miserable, o el alivio, de saber que el odio del mismo hacia mí aparentemente no ha sido la causa de su ausencia. Durante las primeras horas, no lo veo por ningún lado, ni siquiera por los pasillos o enfrente de su salón; donde generalmente se estaciona a conversar con algún m*****o del grupito de presumidos. Es a media mañana que, como imagino, por fin coincidimos a fuerza en el cafetín de la facultad, pero, apenas si lo miro desde mi mesa con el rabillo del ojo mientras bebo mi jugo de mora. Después, no sé más de él, y cuando termina mi última clase del día y salgo a coger el transporte para irme de allí, su moto ya no está. Se ha ido. « ¡Soy libre!» En la tarde, me dedico a estudiar como la propia nerd, tengo tantas investigaciones pendientes como mensajes de mi madre en mi casi indestructible Sony Ericsson W580i, no voy a poder ir el fin de semana para Calabozo y eso la tiene con los pelos de punta. Pon fortuna, ese día, Leonardo, me presta unos libros que necesito y no tengo que ir al bendito ciber. El pobre, ni siquiera se imagina el enorme peso que, me quitó de encima con tan noble gesto. La noche comienza a caer ya cuando por fin termino de estudiar. Me arden los ojos de tanto leer y mi estómago gorgorea de hambre. Pienso en bajar a la cocina y prepararme una arepa, pero estoy tan cansada que, en lugar de eso saco mi monedero del bolso y me voy a la panadería Las Mercedes por algo delicioso, de preferencia dulce. « ¡Ojala haya muchas cosas ricas!» Llegar a mi destino, me toma los mismos cinco minutos que me gasto, todas las mañanas, cuando voy a esperar la ruta de la Universidad. Y, una vez allí entro enceguecida del hambre y voy a parar directo al mostrador lleno de tortas, galletas y panes de distintas clases en exhibición. ― Dígame ― me atiende un chico amable. ― Me da un pedazo de torta de chocolate ― ordeno sin titubear, y con la boca hecha aguas, añado a mi pedido ― una bolsa de pan de coco, cuatro palmeritas y un litro de leche. Mientras el muchacho prepara mi orden, saco el teléfono del bolsillo trasero de mi American Eagle favorito y tecleo un mensaje a mamá para matar el tiempo, hasta que de pronto, una extraña sensación se apodera de mi cuerpo, como si alguien estuviera observándome. « ¡Ya deja la paranoia, Elizabeth!» Pero, por si acaso miro a ambos lados con disimulo. No veo nada sospechoso. Las demás personas allí hacen sus compras con normalidad, me atrevería a jurar que nadie presta la más mínima atención a mi presencia, excepto claro, el chico que está despachándome. «De verdad estoy de psiquiátrico» pienso e intento desechar de mi organismo el irracional presentimiento que, en el fondo de mí sé no es del todo injustificado, cada vez que salgo de la residencia el mal palpito de toparme con el detestable rubio de ojos demoníacos también sale junto conmigo. ¡Al fin! El joven despachador, aparece de nuevo tras la vidriera con mi pedido y me pregunta. ― ¿Algo más? ― No ― sonrío. Cojo la bolsa que me tiende, y con la otra mano, guardo en el bolsillo de mi pantalón el celular, y al darme la vuelta ya más relajada… ¡Zas! … lo imposible se vuelve posible ante mis ojos. Como dos cuchillos filosos, justo detrás de mí, están de nuevo rompiendo pronósticos y desafiando al destino, los ojos de mi enemigo anónimo atravesándome, y al igual que la última vez, me quedo pot completo paralizada sin saber qué hacer, excepto, admirar con cara de tonta su rostro perfecto y el gesto de resistencia en este, acentuando las miles de sospechas encontradas dibujadas su ceño. Al parecer, no soy la única negada a creer lo que ve y sorprendida por este encuentro. «¿Por qué, Dios mío, por qué?» «¿Por qué mierda tengo que encontrármelo en todas partes?» Los segundos pasan y yo me siento cada vez más aturdida, sin embargo, con una fuerza de voluntad olímpica, logro mantenerme en pie y con el corazón andando a paso vivo, mientras, él a su vez, tras saciarse de la patética expresión en mi rostro, despega su fiera mirada de mí y lanzándola por encima de mi hombro, le ordena al despachador con voz firme. ― Me da un litro de jugo de naranja ¡Por favor! Para luego, ignorarme y pasar por mi lado como si evitara tocar una bolsa de basura, o peor, como si yo fuera una enfermedad contagiosa a la que nunca quisiera acercarse. « ¡Imbécil!» « ¡Mil veces imbécil!» Tras el monumental desplante y con mi autocontrol en picada, me obligo a caminar hasta la caja registradora, donde cancelo mi factura para luego perderme de allí como alma que lleva el diablo, sin mirar atrás y acechada por el recuerdo de la mirada asesina de aquel… « ¡Aaaaah!» « ¡Lo odio!» Esta noche, no me desvela el llanto infecundo de las anteriores, me duermo entre las tibias sábanas de mi cama después de reflexionar largo rato sobre todo lo ocurrido y llegar a la única conclusión de que, solo existe un culpable: el destino, que por alguna razón se empeña en hacer mi vida miserable, acercándome sin remedio a ese lunático, cuyas sospechas sobre nuestros infortunados encuentros parecían ir en una dirección del todo opuesta a la mía, la pregunta era… ¿Cuál? Cierro mis ojos… El Fantasma de Navidad Octubre. Noviembre. Y, Diciembre, llega por fin!!! Las clases han culminado y es hora de un largo y merecido descanso en casa. Estoy terminando de hacer mi maleta cuando la corneta de un taxi suena frente a la residencia. Es Diana. Hemos quedado en que pasaría recogiéndome para irnos juntas al Terminal, o eso fue lo que fingimos planear para enmascarar sus verdaderas intenciones. Entre los frutos que ha dado nuestra amistad los últimos dos meses y algo, se puede contar la confianza, la suficiente como para que tres semanas atrás terminara confesándome que, es mi amigo y vecino, Leonardo, el chico que tanto le gusta, o como dirían los mexicanos, el que la traía… «Cacheteando las banquetas». Por lo que, decidida a retribuir la sinceridad de mi amiga, se me ocurrió la genial idea de invitar a su Romeo a viajar de regreso a casa con nosotras, con el fin de propiciar un acercamiento entre los tortolos enamorados. «¡Sensacional!» grito súper entusiasmada la enamorada Julieta, cuando le comenté de mi plan maestro, y aunque a lo sumo solo serían un par de horas las que compartirían; pues mi amigo y yo, nos quedaríamos en Calabozo y ella continuaría el viaje hacia su adorado Camaguán, acepto seguirlo sin dudar. ― ¡Muévelo, Liz! ― me grita, desde las escaleras exteriores, el impaciente, Leo. Sonrío. Es evidente que los sentimientos de Diana son enteramente correspondidos y mi papel de cupido está más que justificado. Y si todo sale excelente, como tiene que salir, la soltería de mis amigos tiene los día contados, así como también, las miraditas tímidas y los nerviosos balbuceos protagonizados por ellos cada vez que coincidían en la cafetería de la universidad. ― ¡Ya voy! ― le grito de vuelta, mientras, termino de cerrar la cremallera de mi maleta de un tirón. Para después, acercarme parsimoniosa hasta la ventana de mi cuarto y pasar el cerrojo de esta, conforme escucho sus pasos alejarse escaleras abajo a galope vivo. Parece un caballo desbocado «¡Jajajajaja!» aunque a decir verdad, no lo culpo, también yo, me siento flotar en una nube de felicidad de solo pensar que pronto estaré en mi añorado Calabozo junto a todos mis seres amados, a los que extraño un mundo, sobre todo a mamá, la tía Roberta y mi adorado Dumbo. Lo paradójico es que, a toda esa alegría, sin explicación, se le suma una especie de nostalgia dolorosa cuando pienso en la cantidad de tiempo a pasar lejos de aquí, donde creo dejar olvidado algo inherente a mi propio ser y que no alcanzo a precisar. « ¿Qué puede ser?» Contrariada por mis propias emociones, tomo mi maleta y abandono la habitación ya en penumbras, que volveré habitar el año entrante, pasada las vacaciones escolares y el jolgorio de las fiestas decembrinas. ― ¿Lista? ― me pregunta, la señora Prudencia, al verme llegar a la sala. ― Sí, aquí están las llaves ― asiento, entregándole el par de laminillas metálicas colgadas a un pequeño llavero de cuero en forma de corazón. Que ella, me recibe, mientras dice. ― Bueno, espero que te vaya bien y que disfrutes mucho tus vacaciones muchacha, me saludas a tu mamá y le dices también que me mande unas hallaquitas. ― ¡Gracias, igual para usted! ¡Que pase una feliz Navidad y un feliz año nuevo! con gusto le doy sus saludos y su recado a mamá ― le respondo, con cortesía. En respuesta me sonríe y para mi alivio y el suyo, ninguna de las dos siente la necesidad de alargar aquella despedida con demostraciones afectivas que no sentimos. Cuando por fin salgo al mundo exterior, Diana y Leonardo, ya están instalados en el asiento trasero del taxi y el chofer de este, parado junto a la maletera del auto esperando por mí para ayudarme a guardar mi pesado equipaje, y una vez lo hace, ocupo el asiento del copiloto con el propósito de darles toda la intimidad posible a los tortolitos para que de una vez por todas se confiesen sus sentimientos. «Jajajajajaja» « ¡Mis delirios de casamentera y yo!» Pisamos el terminal de pasajeros pasadas las 10:00 a.m., y como supuse, está abarrotado de gente; la gran mayoría son estudiantes como nosotros y militares plaza del fuerte diagonal a este. ― ¿Quieren tomarse algo o comer antes de subir al autobús? ― pregunta, Leo, mientras subimos las escaleras frontales. ― Yo no, la señora Prudencia hizo esta mañana unas panquecas y me dio dos ― rechazo de inmediato y luego, redirijo la interrogación ― ¿Y tú, Diana, quieres algo? ― No, no tengo hambre ― me imita un poco tímida. « ¡Qué raro!» Ella por lo general es de muy buen comer, todos los miércoles cuando vamos a la calle del hambre es la primera en devorar su hamburguesa, a veces hasta dos, por lo que intrigada, la miro en busca de respuestas y al encontrarme con sus ojos, lo entiendo todo. « ¡Pero qué burra soy!» la pobrecita está súper nerviosa, a duras penas respira y anda, y yo, pretendiendo que se atragante de comida. ― ¿Te sientes mal? ― le pregunta su aspirante a novio, gentilmente, lo que provoca que un tenue sonrojo se acumule en las mejillas de mi amiga. ― No… no… yo… estoy… bien ― quien balbucea bastante nerviosa, tras apartar con timidez sus ojos del no menos abochornado rostro de su inquisidor. « ¡Vaya par, más tímidos y no nacen!» En fin, seguimos caminando y, minutos más tarde, abordamos el autobús. Leonardo, como el caballero que es, deja que nosotras subamos primero, y una vez estamos dentro de este, Diana, ocupa el asiento detrás del conductor, y yo, tras lanzarle una discreta y cómplice mirada a mi amigo, opto por sentarme en uno de los puestos laterales, dejándole el camino libre al nervioso Romeo, que me dedica en respuesta una discreta sonrisa de agradecimiento. «Las cartas están echadas» pienso y rio. Veinte minutos después, ya estamos abandonando el terminal, luego de esperar que otros pasajeros terminaran de ocupar el resto de los asientos. Tiempo que, paso en su mayoría entretenida enviando mensajes a mamá y a Adriana; esta última ansiosa por saber detalle a detalle todos lo que ocurría entre, Diana y Leonado.
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