Apenas abre los ojos reconoce el lugar y un segundo más tarde está considerando seriamente tirarse por el balcón.
Debía que ser una puta broma. Era imposible que hubiera acabado en la cama de Massimo, de nuevo.
En serio tenía que dejar de beber tanto y de sumarse a fiesta de desconocidos. Ni siquiera recordaba cómo había acabado aquí. La noche anterior había salido a un pub bastante caro y elitista con Frances porque un amigo de ellas las invitó. Se acordaba de despedirse de su amiga, quedándose solo ella y el hombre, quien la había invitado al cumpleaños de alguien. Y ella como no le daba ni una vergüenza aparecerse sin regalo ni invitación, aceptó. Un cumpleaños de un ricachón significaba tragos gratis y nada en el mundo la haría decir no a eso.
Lanza una mirada hacia Massimo, quien sigue durmiendo plácidamente en su lado de la cama. Gina agradece al cielo que se haya despertado antes, odiaria tener otro encuentro con ese idiota.
Pone un pie en el suelo, deslizándose por completo fuera de la cama con una experticia que solo se obtiene con practica. Aunque lamentablemente no puede evitar quedarse estática, mirando como una boba a Massimo y lo tierno que se ve durmiendo en esa posición. Abrazado a la almohada con ambos brazos, dejando a la vista sus bíceps; su mejilla aplastada contra el cojín; la sábana blanca, arremolinada al final de la cama, hace visible todo su cuerpo fibroso, ese trasero decente y sus muslos trabajados.
Massimo balbucea algo y sus párpados tiemblan. ¡Mierda! Se mueve rápidamente, quedando fuera de su campo visual, pero por suerte no despierta.
No es por cobardía que quiere escapar de ahí, más bien orgullo. Es la decepción consigo misma porque se supone que jamás lo volvería a ver, mucho menos interactuar o tener sexo con él y ahora se encuentra en su cuarto, buscando su ropa y sobre todo sus zapatos. Mierda, ¿que tan ebria debe haber estado como para no haber dejado sus tacones en un lugar seguro’
Encuentra sus bragas, rotas, en el piso y más se molesta con sí. Cien dólares a la basura y todo por un animal que ni siquiera es tan bonito. Lo peor es que tampoco recuerda mucho del sexo, de nuevo tiene marcas en todo su cuerpo, pero no hay nada que le haya dicho si lo pasó bien en realidad o no.
Ugh, esta situación es tan… horrible y patética. No debería estar aquí, no debería pasar el tiempo con un hombre como él, ni siquiera respirar en el mismo cuadrante. Lo peor es que es tan buena evitando gente, lugares, situaciones que no le convienen; Gina es perfecta planificando para que todo le salga tal como lo quiere y aún así, por alguna razón a acabado con Massimo, hijo del maldito capo de Vegas, dos veces. ¡Dos putas veces!
Y no era solo el hecho de que había tomado un riesgo estúpido e innecesario, sino que además con un hombre que en definitiva no vale la pena. Tan solo recordando fragmentos de la vez anterior que tuvo que enfrentarse a él le dan ganas de tirarse el cabello o peor, irse de allí sin su zapatos.
Como último recurso se agacha para buscar debajo de la cama y aunque no encuentra sus preciados tacones, al menos ya sabe dónde está el vestido. Murmura una celebración.
—Levántate, tu...— la nueva voz, le pone la piel de gallina y despierta todas sus alarmas.
Lentamente se pone de pie, suplicándole al universo que no sea Massimo, pero cuando levanta la cabeza se encuentra a alguien completamente diferente. Alto, cabello oscuro, tatuajes, unos ojos que por escasos segundos la cautivan.
Ace la mira con los labios entreabiertos, sus ojos la recorren de abajo, subiendo por sus piernas largas y torneadas, pasando su caderas, luego esos pechos que vuelven loco a cualquier hombre y luego centrándose en su cara. Enarca una ceja cuando hacen contacto visual y el rubor que le empieza del cuello y tiñe todo su rostro de rojo es encantador.
Una sonrisa se extiende en sus labios, suave, algo coqueta, pero por sobre todo orgullosa de la reacción masculina. Está acostumbrada a ser mirada, le gusta, y aunque a veces recibe comentarios asquerosos, la mayoría de las veces los piropos ordinarios y chiflidos le causan gracia, le inflan el ego y la hacen sentir mejor consigo misma. Que Ace no se hubiera dado el tiempo para mirarla como corresponde o directamente la hubiera ignorado, habría sido una ofensa brutal.
Se pasa el vestido por la cabeza, tomándose su tiempo, regodeándose con el cambio de peso que Ace hace, o cómo se mete la mano al bolsillo del pantalón en intenta arreglar su erección.
Arregla su cabello y le da una mirada lasciva, el hombre de pie frente a ella se acerca mucho más a sus gustos que aquel acostado en la cama, roncando sin tener consciencia de nadie, Ace por el contrario, se ve atento a todo su alrededor. Es al menos diez centímetros más altos que ella, lo que significa que por fin podría usar tacos sin recibir comentarios odiotas como que ella no puede ser más alta que su pareja. Además, es bonito de cara y parece que carga un arma que podría destruirla y dejaría el recuerdo implantado en su mente.
—Massimo— carraspea.
El aludido cambia de posición en la cama y masculla, con una voz mañanera que le pone los pelos de punta a Gina.
—Es muy temprano, Ace.
El mencionado entorna los ojos y segundos más tarde se han redirigido a la preciosura que tiene al frente. Sus peligrosas curvas siguen a la vista, pero aquella piel oliva que lo cautivó, ahora permanece escondida bajo un vestido de coctel n***o de un largo políticamente adecuado, con un escote llamativo y detalles que hacen la prenda refinada. Es revelador, pero elegante. Ace debe morderse el interior de la mejilla para distraerse de los extraños sentimientos surgiendo en su interior.
—Massimo, tu… yo… mmh— el pobre no encuentras las palabras en su afectado cerebro.
Si es que tan solo fuera la belleza de Gina y no esa postura confianzuda, su sonrisa arrogante, sus hombros cuadrados y compuestos, lista para enfrentarse a cualquier cosa.
Gina ríe entre dientes, un sonido dulce y malicioso al mismo tiempo que llama la atención de los dos hombres. Massimo despega la mejilla de la almohada para mirarla, sabía que se había ido con alguien a la cama y le había sorprendido encontrarla vacía, pero que importaba, mejor para él, así no tendría que fingir que sabía quién era. Pero ahora que la reconocía a ella, la loca de la vez anterior, las cosas eran diferentes.
—¿Por qué sigues acá? — pregunta a la mujer con irritación.
Sale de la cama y se para frente a ella, sin tacones Gina es unos centímetros más baja, pero no importa. Sus hombros y el mentón en alto le dan una mejor posición que la de Massimo y eso ella lo tiene claro.
—No encuentro mis zapatos.
Debe hacer todo lo posible para no detallar su cuerpo, y se mantiene firme convenciendo de que está sucio, tiene mal aliento y no se siente ni un poco atraída hacia él. La convence la halitosis matutina, e intenta obviar como eso es lo único que la hace retroceder un paso y apartar la mirada de él, posicionándola sobre un punto cualquiera detrás de su hombro, justo sobre el mejor par de tacones que tiene para ir de fiesta y aplastar el corazón de los hombres.
Hace a Massimo a un lado, ignorando lo que le dice. Cruza la cama y recoge sus amados zapatos. Con eso ya está lista para irse de la casa, o casi lista.
—Ey, guapo— mira al desconocido a través de sus pestañas —. ¿Puedes llamarme?— procede a darle su número, sin esperar una respuesta de su parte.
Ace saca el celular y le marca. Lo encuentra bajo una pila ropa y no tiene ni idea de como ha llegado ahí, pero tampoco se lo cuestiona mucho. Tan solo lo recoge, le da una mirada seria a Massimo y luego gira en dirección a Ace. Palmea su pecho cuando pasa por su lado, le guiña un ojo y dice:
—Llamame cuando quieras pasar el rato.