La vida sonreía a Mauro Macedo. Así lo sentía. Las pruebas que tenía en contra de Ibarra eran contundentes, se reuniría con la fiscal, le exigiría protagonismo y entonces su prestigio sería un inmenso globo inflándose enorme en el firmamento político. -Quizás me postule para presidente en las próximas elecciones-, dijo convencido a sus amigos, mientras brindaban con whisky en su oficina.
-Ya deberías presentar las pruebas, subrayó uno de ellos.
-No, no, no, la fiscal debe saber que no soy un alcahuete cualquiera y que tengo pruebas contundentes. Toda la información que me dio el general Zevallos es oro en polvo y no la voy a soltar facilito-, precisó resoluto. Sus amigos lo respaldaron, luego, y brindaron por su éxito.
-No solo eso, siguió diciendo Macedo balanceándose sumido en el triunfalismo, también he conocido a la mujer de mi vida-
-Curuju-, dijo uno de sus acólitos en la reunión bajo el amarillento foco que parpadeaba gastado.
En efecto, Helena y él habían acordado verse en el parque de Miraflores y tomarse un café. Macedo estaba seguro que Helena no solo era hermosa, sino que el destino la había cruzado en su camino para un compromiso sólido.
-Es la elegida para ser la madre de mis hijos-, enfatizó Macedo brindando por su gran éxito.
Macedo eligió su mejor camisa y se puso un reloj de oro y además una elegante y costosa pulsera. Un pantalón de moda y una casaca deportiva de marca. Lustró sus zapatos hasta dejarlos brillantes y eligió una loción "mata mujeres" como le había dicho, con una larga sonrisa, el vendedor de un conocido y concurrido centro comercial. También cargó su billetera con una buena suma de dinero, porque estaba convencido que terminarían los dos en una hostal con jacuzzi.
Llegó temprano a la cita, antes que Helena. Habían quedado verse en una banca, frente a la iglesia a las 7 y 30 de la noche en punto. Macedo estaba muy nervioso, sudaba, tenía un nudo en la garganta y no dejaba de taconear el suelo, presa de la emoción de reunirse con la extraña mujer. Su corazón tamborileaba insistente y hasta tenía la respiración acelerada.
-¿Mauro?-, preguntó una vocecita sensual, dulce, hipnótica y hasta romántica.
Macedo se puso de pie de inmediato y allí estaba ella, tan hermosa y sexy como la había imaginado, con los cabellos haciéndole marco a una sonrisa larga, apetitosa bien dibujada entre los labios pintados de rojo, como una manzana madura. La naricita puntiaguda y los ojos pardos, divinos y cautivantes. Se quedó sin palabras. Ella era demasiado bella, tal igual la pintó en sus pensamientos, cautivado por su vocecita desde la primera vez.
-¿Ocurre algo?-, se incomodó ella, al quedarse sin palabras Macedo. Él permanecía con la boca abierta, encadenado a su carita de ángel, a lo terso de su piel y finalmente a su cuerpo curvilíneo que delataba el vestido estrecho y entallado.
-Eres muy linda, Helena-, balbuceó Macedo.
-Gracias, qué lindo, eres muy galante-, dijo ella volviendo a sonreír, con ese encanto que parecía un chasquido de olas o una cerveza espumosa, fresca y deliciosa.
Tomaron café en un elegante local, exclusivo. Macedo no tuvo reparos en darle gusto a la dama.
-Soy divorciada, decía ella, tengo una empresa dedicada a los vidrios-, le fue contando, pero Macedo no le prestaba atención, estaba más interesado en verle sus ojitos pardos divinos, en los senos prominentes que redondeaba el escote sexy de su vestido y le gustaba además las uñitas rojas, bien cinceladas que hacían juego con sus manitas delicadas, suaves y tersas.
-¿Qué hay de ti?-, se interesó Helena achinando sus ojitos.
-Oh, poco qué decir, soy abogado, actualmente estoy dedicado al derecho político, estoy en un caso que involucra a las altas esferas, incluso al poder-, le relató inflando pecho.
Helena mostró cara de sorprendida -¿El poder? ¿acaso el Presidente de la República?-
-Podría ser, yo creo que sí, estoy reuniendo todas las pruebas y pienso que el hilo va hacia Palacio de Gobierno-, se ufanó.
Ella tomó su mano de él. -Eres un hombre muy valiente para desafiar al mismísimo presidente, a mí me gustan mucho los hombres valientes-, le dijo haciendo susurrar su voz, como el maullido de una gata en celo.
Macedo estaba en las nubes, sentía arder su cuerpo, convertido en una antorcha, queriendo volverse una grandiosa tea y quemarla a ella en todos sus rincones hasta volverla cenizas. Su última frase "me gustan los hombres valientes", hizo revolotear su sangre en las venas igual a un caudaloso río.
-Y a mi me gustan las chicas hermosas-, dijo tratando de ser cautivante y poético. Ella echó a reír y su risa pareció el canto de una gaviota o el algodón de nubes en un límpido celeste. Porque todo era hermoso en ella.
Estuvieron largas horas charlando, tomando café, comiendo tostadas y hasta crema volteada, pero no llegaron a más como esperaba y ansiaba Macedo. Ella le dijo que tenía un compromiso importante al día siguiente y él, para no sentirse menos, precisó que debía reunir más informes "de este gran caso que remecerá a todo el país" y se despidieron con besitos en las mejillas. Ella se fue en su auto y él tomó un taxi.
Helena se recostó a su cama y pensó en Macedo, en sus manos, sus brazos, su sonrisa, y sus ojos. Suspiró. -Está bien interesante-, dijo divertida.
*****
Viviana decidió que alguien dibuje sus sueños y le haga bocetos de lo que veía en las pesadillas. A Betty le encantó la idea. -Así sabremos qué es lo que ves, como en una película-, dijo contenta.
Vivi recordó que conocía a un chico de la universidad que hacía bocetos y dibujos para los trabajos y asignaciones, incluso trabajaba en los carteles anunciando los juegos flores, las competencias deportivas o polladas y esas cosas. -Rafael es muy bueno haciendo, además, paisajes. La revista cultural de la universidad ha presentado sus trabajos-, le contó a Betty, esperando que terminara la aburrida clase de derecho legal.
Luego de comprarse unos sánguches y unas gaseosas para "matar el hambre", buscaron al chico de los dibujos. No fue fácil encontrarlo, tampoco. Tenía horario partido y en diferentes salones. Estuvieron tonteando buen rato, yendo de un lado para otro hasta que al fin, Viviana lo divisó caminando apurado por entre los jardines del campus.
-Hola, soy Viviana, nos conocimos en los juegos florales-, le recordó. Rafael tardó en reconocerla, pero luego chasqueó los dedos. -¡¡¡Ah!!! la campeona de atletismo-, dijo emocionado.
Viviana hizo un mohín divertido y estiró su sonrisa. Luego fue al grano. -Necesito un favor, Rafita, quiero que me hagas unos dibujos-, le rogó. El muchacho se entusiasmó de ayudarla, más porque Viviana le parecía súper linda.
-Tengo un pequeño atelier en mi casa, allí podemos hacer los bocetos que quieres-, dijo. Quedaron para ir en la noche.
Betty y Viviana se presentaron puntuales en la casa de Rafael. Su atelier estaba en la azotea. Estaba hecha de madera, pero tenía buena luz, una carpeta, una laptop tocando música de actualidad y pinceles, colores, témperas y plumones regados por todo sitio. Rafael sonrió. -Siempre vienen de los colegios para que les haga dibujos-, explicó sobre el desorden y las cartulinas dobladas, amontonadas en todos los rincones.
-Quiero descifrar unos sueños, dijo Viviana, son calles, autos, una oficina, una mujer, todo lo que veo-
Rafael estaba muy deseoso de colaborar y puso manos a la obra sin más preámbulos ni rodeos.
-Dile desde el comienzo-, subrayó Betty.
-Sí, sí, sí, dijo eufórica Viviana, empieza en una calle larga, con pocos autos, casas viejas, antiguas, como casonas, con semáforos y se detiene en una vivienda de dos pisos, con puerta e madera, sobre un peldaño y tiene un timbre empotrado-
Betty intervino. -La calle es estrecha-
-Ajá, dijo Viviana, pero hay postes de alumbrado, varios postes-
Rafael iba boceteando apurado todo lo que le decía Viviana. Ella repasaba sus notas que había apuntado de sus pesadillas y hurgaba en su cabeza hasta el más mínimo detalle.
-Luego está la oficina, subo por unos peldaños que son viejos y llevan al segundo piso. El pasadizo es también estrecho-, detalló.
El dibujante tomó otra hoja bond. -Al llegar a la oficina, las paredes son pálidas, amplias, hay dos puertas, una parece ser el baño y el otro un desván. Hay un escritorio, con muchos papeles, una silla giratoria y además la luz es baja-, siguió enumerando Viviana, tosiendo por su emoción.
-Y es cuando aparece esa mujer-, volvió a interrumpir Betty.
-Sí, tiene el pelo como revuelto, igual a la melena de un león, lleva lentes oscuros, guantes y saca un revólver-
Rafael se sorprendió. -¿Un arma?-, preguntó intrigado.
Viviana no quiso dar más detalles. -Sí, pero allí me despierto-, sonrió enigmática.
-Son muchos datos, bastantes, en realidad, déjame trabajar toda la noche, voy a juntar toda la información, dibujo, los escaneo y te lo mando a tu w******p, los ves y me dices qué correcciones hacer-, le enumeró Rafael.
Viviana y Betty se fueron descorazonados porque esperaban tener ya, una idea cabal de lo que buscaban.
-¿Por qué no le dijiste de la mano de hombre de tus sueños?-, preguntó Betty tratando de animarse.
-¿Estas loca?, podría pensar que soy mañosa o alguna cosa así-, se defendió Viviana.
Betty se abrazó a su amiga. -Vamos a resolver esto, sí o sí-, dijo ella decidida y resoluta.
Viviana tomó la mano de su amiga. -Eres muy buena conmigo, gracias por apoyarme-, le confesó.
-Ja ja ja, es que quiero saber quién fuiste en tu otra vida, pues, a lo mejor fuiste un gran jijuna-, estalló en carcajadas Betty y Viviana contagiada, le dio un carterazo y repitió el clásico estribillo que unía siempre a las dos chicas: -¡Tarada!-
A la mañana siguiente, mientras desayunaba y resolvía un crucigrama en el diario que compró su padre, campaneó el celular de Viviana. Emocionada abrió el mensaje y encontró un emoji de Rafael.
Un segundo después llegó el primer dibujo. Al ampliarlo en su pantalla quedó boquiabierta y se puso pálida. Era la calle donde transcurría su sueño. Sintió su corazón latir de prisa y los pelos se le pusieron de punta, de repente. El otro boceto no tardó en aparecer en su móvil: los peldaños estrechos hacia el segundo piso. Después apareció la oficina, con el mueble y la silla giratoria y muchos papeles encima. Y finalmente, lo que más le horrorizó, la mujer con el arma.
-¡Dios!-, exclamó ella. Sus padres la miraron sorprendidos. Viviana no quiso preocuparlos. -¡Tengo un examen importante y no he estudiado! ¡Caramba!-, se excusó, se puso de pie, tomó su mochila y salió corriendo de la casa. Ya afuera, se recostó en una pared, suspiró y sintió que su corazón se le aceleraba y que estaba represando las lágrimas aterradas. Volvió a ver su celular... y allí estaba esa misma mujer, idéntica a la de sus pesadillas, amenazándola, otra vez, con el arma y hasta sintió los disparos, pellizcándole nuevamente el cuerpo, como horripilantes aguijones.
Recién, entonces pudo llorar asustada.