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2984 Palabras
Adam bajaba del coche de Luke quien lo había dejado en las afueras de su casa, se despidieron con la intención de volver a juntarse y disculpándose nuevamente por la pasada actitud de sus compañeros, Adam le reconfortó sonriendo amistosamente para luego dirigirse hacia el interior de su hogar. Él joven permaneció aparcado algunos segundos más aunque Adam ya había entrado. —¿Amor, como te fue?— Mencionó su madre al verle pasar por la sala. —¿Solo una hora?— Soltó su padre mirando el reloj de su muñeca izquierda. El muchacho se sonrió tímidamente. —Bueno, es momento de ponerme a hacer la cena— Pronunció Margaret poniéndose de pie. —Fue algo corto, Luke me trajo— Mencionó en un tono poco convincente incluso para sí mismo. —¿Fue difícil?— Preguntó el padre con sorna. Adam frunció el ceño. —¿El qué?— —Asistir al grupo de estudio, convivir con jóvenes de tu edad, distraerte un poco haciendo algo sano— Adam negó con la la cabeza. —Felicidades, mi hermanito será el nuevo pastor y futuro sucesor de mi padre— Pronunció Alek mofándose de su hermano. Pareciese que escuchar las conversaciones de su familia detrás de las paredes se Hanks vuelto una costumbre para él joven. Adam soltó una risa tímida mientras. —No pienso ser pastor— Chasqueó la lengua. —No te pido que seas pastor solo que no dejes la congregación, has estado ausente, hijo— —Que tendría de malo?— Mencionó Alek a la vez que su padre hablaba. Adam pareció no escuchar las palabras de Richard, tan solo las de su hermano. —No tiene nada de malo, Alek, solo siento que no es una vocación para mí. Tal vez aquí el que tiene ese futuro eres tú. Eres quien más se congrega— Alek se cruzó de brazos, su padre lanzó una mirada intrigante. —Ha, ha, ha.—Lanzó irónicamente. Dudo que eso sea posible, soy la oveja negra de la familia, el hijo pródigo. ¿Verdad, Richard? — Adam miró a ambos hombres sin comprender que era lo que estaba ocurriendo en ese preciso momento. —¿De qué hablas?— —¡Alek, por favor!— Intervino su padre. —Me disculparán, pero el hijo pródigo regresa hacia su cueva— Concluyó dando la media vuelta pata dirigirse a su habitación, Margaret observaba aquella conversación con temor de que se tornara en una discusión. La mujer le lanzó una mirada piadosa acariciando su brazo desnudo al pasar por su lado. Adam pasó su mirada hacia su madre. —Supongo que me perdí algo— La mujer abrió los labios para desponder pero Richard la mandó a callar con mi siseo y colocando su dedo entre los labios. Richard golpeó levemente el hombro de Adam y sonrío enérgicamente. Adam miró a su madre como buscando una respuesta pero la mujer centró su mirada en Richard, dibujó leve sonrisa y siguió a su marido avisando que la cena estaba lista. Adam subió las escaleras presuroso como si se tratase de un asunto importante dispuesto a llegar a su habitación a unos cuantos metros de la pared de enfrente de la de su hermano. Levantó la cabeza firmemente y miró nuevamente aquella ventana al final del pasillo abierta, su hermano mantenía medio cuerpo dentro de la habitación y la otra mitad afuera, el aroma a humo de tabaco comenzaba a llenar el delgado pasillo de dos metros, las zapatillas negras con rojo de su hermano tocaban el suelo mientras apoyaba sus bruces sobre el marco bajo de la ventana, Adam detuvo el paso y caminó más despacio, entró entonces a su habitación sin ser notado y quitó las prendas que llevaba puestas reemplazándolas por unas más delgadas y cómodas. Aquellas píldoras que había tirado a la basura estaban nuevamente sobre la mesilla del escritorio, se encogió de hombros lanzando un suspiro de decepción, sorbió los mocos y miró hacia el cielo aceptando su destino de vivir sus días tomando aquel medicamento que le causaba letargo y estupor. Tomó el recipiente y giró la tapa para luego sacar una píldora, la colocó entre sus dientes y la rompió el dos pedazos, dibujó un gesto de desagrado en su rostro, puso el restante de la pastilla sobre la mesa y corrió al baño a pasar la pastilla bebiendo un trago de agua del grifo del pasamanos. Se miró al espejo en la pared enfrente suyo, observó un rostro pálido y unos labios aparentemente sedientos y agrietados, un cabello alborotado y unos ojos tristes, sonrió para sí mismo, lanzó una leve risa tonta, le gustaba ver su rostro feliz, mojó su rostro con agua y luego lo secó con una toalla dispuesto a bajar. Salió de su habitación y miró hacía aquella ventana en la cual esperaba encontrar a su hermano, pero no había rastro alguno también solo aquel aroma a cigarrillo. Dirigió sus pasos hacia aquel lugar y asomó la cabeza. —¿Qué quieres?— Mencionó Alek retirando el cigarrillo de sus labios, quien estaba sentado con sus espaldas recargadas en la pared sobre el tejado del primer piso con sus pies colgando hacia abajo. —La cena está lista— — No quiero, iré con unos amigos, iremos a comer a algún lugar— Se puso de pie cuidadosamente, Adam se retiró para dejarlo entrar a la casa. —¿Qué me ves? — Mencionó ante el insistente mirar de Adam. —Pensé que te irías de casa. — Pronunció tímidamente con sus dedos de ambas manos entrelazados. —¡Heme aquí!— Respondió haciendo a un lado a su hermano para dirigirse a su habitación. —¿Qué fue lo que pasó?— El joven se detuvo y dio la media vuelta inundando el aire de un silencio total. —¿Qué pasó con Amanda?— Alek no apartaba su vista de Adam, quien comenzaba a incomodarse pensando en apartar la mirada pero armado de valentía decidió seguir el duelo de miradas. —¡No pasó nada!— Reclamó. —¿Estás bien?— Mencionó al notar que sus ojos comenzaban a humedecer. Alek dibujó un puchero. —¿De verdad quieres saberlo?— Adam asintió enderezando sus espaldas con las manos dentro de los bolsillos. —No llegó— Un silencio incomodo intervino entre ambos. —Amanda... No llegó, la esperé hasta las malditas doce de la noche pero ella jamás apareció. ¿Es lo que querías saber?— Pronunció en una voz que más bien pareció sollozo. —¡Lo siento!— Alek secó sus lágrimas tirando la colilla del cigarro al suelo. Margaret gritaba desde abajo de las escaleras que la cena estaba servida. Alek sugirió su hermano que bajara a cenar. —Si necesitas hablar... — —Déjame solo, solo quiero un momento de soledad, ¿está bien? — Interrumpió el joven en un tono de voz alto. Adam bajó mostrando su mejor sonrisa dirigiéndose hacia la mesa, su padre le hizo un espacio al lado suyo, algo inusual para Adam quien se consternó por la actitud de Richard quien dibujó una enorme sonrisa en sus labios mirando intrigante a su hijo menor. Adam lanzó una risa. —¿Qué ocurre?— soltó mirando a su madre enfrente suyo. Su madre servía puré de patata en su plato. —¿Acaso un padre no tiene derecho de interesarse por como le fue a su hijo en el día?— Adam rió. —Claro que sí— Aclaró. Me fue bien, estuvimos estudiando la vida de Job. — Richard pasó su mano por detrás de la nuca de Adam. —Nada nuevo, ¿ no? — El joven negó. —Fui el único que supo responder quien era y que hizo Job en su vida— Una sonrisa de orgullo asomó en el rostro casi infantil de aquí joven tímido. —Pensé que permanecerías más tiempo allá, mira que una hora me parece un cantidad de tiempo muy pequeña— Adam agachó la cabeza sin pensar. Richard frunció el seño. —¿Qué ocurrió?— —¡Nada!— —Mírame a la cara y dímelo— Adam obedeció y una mirada de inconformidad salió a flote. —Puedes confiar en mí hijo, soy tu padre. Dime ¿qué ocurrió?— —No ocurrió nada papá— —Adam, no tolero las mentiras— —Lamento interrumpir en sus asuntos importantes, pero voy a salir con unos amigos, no me esperen despiertos— Intervino Alek parado en la entrada del comedor. —¿No vas a pedir permiso siquiera?— Mencionó Richard mirando a Alek. Margaret negaba con la la cabeza manteniéndose en total silencio. —Tengo veintitrés años, soy adulto, Richard.— Culminó dando la vuelta. El hombre negó con la la cabeza y rechinó los dientes para luego volver a centrar su mirada en su hijo menor. —¿Ya me vas a decir?— Adam se colocó de pie empujando la silla hacia atrás provocando que el agua en su baso cayera sobre la mesa. —¡Qué no pasó nada, papá!— Una sensación de calor en su frente y de una asfixia incontrolable llevaba aquejándole los últimos tres minutos. —Por Dios, Adam. Compórtate, no seas igual que tu hermano— —Vamos a cenar en calma por favor. Adam toma tu lugar.— Suplicó Margaret de pie. —¿Qué te dijeron, qué fue lo que pasó?— La insistencia de Richard logró reavivar la ansiedad en el joven quien comenzaba a respirar profundo. —Soy tu hijo, eso pasó— Mencionó en un grito. Una bomba había estallado en el interior del joven. Todo se sumó en un silencio total. —Pasa que estoy harto de ser hijo de Richard, el hombre que obligó a aquella ancianita a traspasarle la propiedad de su mansión, harto de que me vean como el maldito hijo del pastor ladrón, de aquel rufián al cual no le importó dejar a una familia a la ruina. ¡Eso es lo que pasa!— Adam miraba a su padre atónito ante sus palabras, su madre tocaba su rostro intentando mantener la calma, el joven lloraba silenciosamente. Una sensación de desgarro en sus entrañas se acrecentaba a cada segundo. —No tengo hambre— Se retiró dando la media vuelta y saliendo de su casa mientras su madre soltaba en llanto, Richard mantenía la cabeza agachada. El joven sacó la bicicleta del garaje y se montó en ella, no podía contener esa sensación de anhelo por la libertad, deseaba huir, correr lo más rápido y lejano posible, el aire de la intemperie le devolvía poco a poco el aliento mientras comenzaba a pedalear velozmente sobre el asfalto del atardecer. Escuchaba su corazón latir serca de su cabeza y su garganta se secaba con cada respiro, las lágrimas eran llevadas por el viento, las luces de las calles se transformaban en orbes de algodón por la refracción de las lágrimas en sus pupilas. Pedaleó hasta fatigarse, a pesar de que la fatiga parecía no querer hacer acto de fe presencia, tomó el camino de salida a la carretera sin siquiera pensarlo y comenzó a pedalear con más calma mientras su mente divagaba y sus piernas experimentaban un hormigueo. El oscuro pavimento inundaba toda su vista que empezaba a oscurecer, una línea descontinua adornaba la negra carretera y sabía que al caer la noche solo aquella línea amarilla sería probablemente lo único que indicaría que aquel camino no era otro más que el de una carretera, los coches pasaban a su lado a exceso de velocidad y el viento de los coches lo impulsaba hacia la orilla doblegado su equilibrio, Pedaleaba sus mermar y sin tener un rumbo fijo en mente, solo buscaba escapar de su eterna depresión, huir de sí mismo si le fuese posible, sus pies lo encaminaban hacia un lugar donde poder gritar a todo pulmón para dejar ir toda su frustración. A menos de un kilómetro, la sombra de lo que sería aquella vieja fábrica abandonada pintaba un ténebre paisaje. «Los pájaros de Holanda son tan musicales Aprenden desde su tierna infancia a cantar El mirlo, el zorzal y el ruiseñor Para así poder celebrar la primavera en Holanda No es de extrañar, porque en ningún lugar los estanques son tan azules Como en Holanda, señor Como en Holanda, señora No es de extrañar, porque en ningún lugar el pasto está tan húmedo ¿Son las chicas tan dulces, son las chicas tan leales? Y por eso todos los pájaros aquí Son tan musicales, tan musicales, tan musicales». Recitaba una canción infantil para mitigar la frustración y miedo que experimentaba en ese momento en el que no sabía hacia donde sus pies lo dirigían. Un coche con una deslumbrante luz se acercaba cada vez vez más intentando sobre pasar un enorme camión de carga, su luz se volvió cegadora aproximándose cada vez más. Sus latidos se aceleraron, aquel camión aceleraba más impidiendo el paso del otro coche, el joven se sintió acorralado y se vió obligado a salir de la carrera hacia una leve vereda por la orilla de la misma, a menos de quinientos metros, aquella bodega hacía acto de presencia, una chispa de valor hizo encender una explosión de determinación y así, aspirando hondo y entrecortado, con las piernas doloridas, los labios resecos y con ganas de desaparecer por un breve momento se decidió a llegar hasta aquella vieja fábrica en la que había estado antes, su gallardía no cesó ni por un momento. Pasó aquella vía aun no enterrada por completo debido al propio siclo de la naturaleza salvaje y a aproximadamente cien metros más llegó hasta aquella bodega, bajo entonces de su bicicleta. Tan penumbra total lo rodeaba, las luces del cielo eran más visibles que antes, aullidos a lo lejos de lo que probablemente pudieron haber sido lobos comenzaban a romper el fúnebre silencio. Aspiró hondo y soltó el aire, encendió la linterna de su teléfono móvil e ingresó a aquella enorme estructura de cemento cuyos cristales de las ventanas estaban casi todos completamente rotos. El ruido de sus pisadas le parecía excesivo y deseaba callarlos pero le era imposible, el más mínimo ruido repercutía el toda la enorme sala, su corazón golpeaba su pecho con fuerza causando vibraciones leves en su playera, llevaba la mano en el pecho intentando calmar aquel ruido de tambor. Alumbró aquellas escaleras por las cuales había caído y recordó a aquel muchacho de cabello largo. «Me llamo Mikel» Resonó en su cabeza la voz de aquel muchacho. Había estado en ese lugar varias veces, le gustaba por la completa soledad y silencio que experimentaba al estar allí, sentía que el mundo era solo y exclusivo para él, más aún así ahora experimentaba una especie de temor por volver a encontrarse con aquel joven que dijo ser el asesino de los dos muchachos hacia varios años atrás. Tragó saliva y se llenó de valor para subir las escaleras con precaución alumbrando cada uno de sus pasos. Llegó hasta el segundo piso, la luz del cielo y sus estrellas eliminaba una pequeña parte del primer cuarto, el piso mostraba viejas pisadas cubiertas por una capa de polvo, nadie había estado allí desde hacía varios días, por la huella del calzado se percató de que esas no era la suela de ninguno de sus zapatos. Miró hacia aquel lugar, la habitación contigua donde había encontrado al muchacho del cigarrillo y camino con sigilo y conteniendo la respiración, la habitación estaba completamente vacía, un cajón de madera y escombro era lo único que ocupaba un espacio dentro de aquel lugar, el polvo comenzó a causar estragos provocando una tos incontenible, metió la nariz debajo del cuello de su playera para poder respirar, el suelo tenía varias pisadas anteriores, incluidas las de él mismo, varias colillas de cigarrillo, maderas de cerillos y una goma de mascar en la pared, se acercó hacia la ventana que daba vista hacia la parte trasera de la enorme fábrica, todo estaba sumido en una completa oscuridad aunque a lo lejos a varios kilómetros podían distinguirse las luces de las casas en la orilla de la población. Colocó aquel banco de madera que más bien era una especie de reja en forma de caja y la colocó frente a la ventana, se sentó en ella y centró su mirada en una parte hacia el infinito en aquella oscuridad evadiendo las luces de la ciudad, Lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas y le resultaba casi imposible reprimir sus sentimientos de frustración y de tristeza. «Odio mi vida » Pronunciaba entre sollozos mientras sorbía los mocos. Aquel lugar qué aunque no era muy grande era para él como un refugio, un lugar seguro donde recurrir cuando anhelaba escapar por una brevedad de momento donde necesitaba hacer una introspección. No soportaba vivir en un mundo tan desigual, el el cuál sus sentimientos eran desechados a la mar y sus hazañas no tenían importancia alguna. Cada vez, llegaba a la conclusión de que su vida no tenía el valor que debería, qué por más esfuerzos y logros que alcanzase jamás podría evocar el orgullo de su padre, quien para él era el único orgullo que debería de importarle. Se sentía presionado cada día por cambiar todo en su interior, renacer de nuevo en una catarsis surgente desde su interior. La procrastinación doblegaba su espíritu atenazado a la esperanza derrumbándo por completo los pilares que le hacían fuerte. Dejó caer la cabeza mientras miraba por aquella ventana y la apoyó en el marco de madera de esta misma y cerró los ojos. El sentido del tacto parecía agudizarse al sentir el frío viento nocturno acariciarle la piel, en sus brazos comenzaron a brotar sarpullidos por el frío al tacto pero esto parecía no importarle.
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