Gavin llegó a la oficina de Emilia unos minutos después de la marcha de Margareth Blake. Caminaba con paso firme, pero la rutina del día no logró apartarle de la sensación de inquietud que lo había acompañado desde la mañana. Había estado pensando en Emilia, en lo concentrada que había estado últimamente, en cómo parecía esforzarse por sostener su nuevo puesto con la cabeza en alto. Pero apenas cruzó el umbral de la puerta de su oficina y la vio, supo que algo estaba mal. Emilia estaba allí, sentada tras su escritorio, con el cabello oscuro cayéndole como cortinas a los lados del rostro y los ojos fijos en la pantalla sin mirar realmente nada. La luz natural que entraba por el ventanal caía sobre su rostro pálido y sus labios apretados, como si contuvieran una tormenta. —¿Hola? —dijo él,

