Al día siguiente, Emilia entró en la oficina sintiéndose renovada y lista para ser productiva. Después de la grandiosa noche que Gavin le dio, llenándola de besos y de muchos orgasmos al empujarla al límite con los sucios juegos sexuales que siempre se le ocurrían a esa mente tan lasciva, estaba decidida a borrar de su mente el mal momento que Margareth Blake le había hecho pasar con su nefasta visita. Cuando sonó su teléfono a media mañana y vio que era el asistente personal de Gavin, su pulso saltó, incluso mientras su estómago se retorcía. ―Hola ―respondió. ―Buenos días, arquitecta Burrel. ¿Está disponible para una reunión con el señor Blake? Se le secó la boca y necesitó aclararse la garganta antes de contestar. ―Sí, claro. ―Suba, entonces. Colgó y se levantó, secándose las m

