—Ponte de rodillas y arrástrate hasta mí, como la obediente gatita que sé que puedes ser —le ordenó.
Bajando a cuatro patas, Emilia hizo lo que Gavin le ordenó y se acercó a él lenta y seductoramente, moviendo sus manos y rodillas en sincronía. Ella puso un balanceo extra en sus caderas, y se deleitó en su propia satisfacción cuando su táctica sensual no pasó desapercibida para él.
Cuando llegó a Gavin y se arrodilló frente a su silla, el calor y el hambre que ardía en su mirada eran lo suficientemente intensos como para quemarla.
«Dios mío —pensó—, cinco orgasmos... cinco malditos orgasmos me ha dado ya y parece que no tengo saciedad, porque aquí voy, buscando el sexto de la noche».
—Ponte en pie y siéntate en mis muslos –demandó él, con su voz de lija áspera.
Ella se puso sobre sus
