Recostado en la cama con paños húmedos descansando en su frente, Rubí mantenía sus ojos cerrados, lamentando con cada parte de su alma, el haberse comido ese estúpido pastel de chocolate. Si tan solo no lo hubiera hecho, si no hubiese bajado tanto la guardia, en ese momento no se encontraría en un estado tan lamentable, vulnerable. La sensación de saber lo que está pasando a tu alrededor y no poder manejar tu cuerpo como deseaba era un horror que no se lo desearía a nadie, sentía como si estuviera atrapado dentro de su propio cuerpo sin poder hacer nada. Y lo peor de todo, era ese intenso calor que lo abordaba sin descanso, como una intensa llamarada que, en vez de calmarse con el tiempo, solo empeoraba cada vez más y más. Tenía una intensa necesidad de tocarse a sí mismo, pero como su

