Helena no sabía cómo reaccionar ante las atenciones de Juan, pues la estaba llevando prácticamente en sus brazos hacia los camastros, y no sabía muy bien si era una actitud normal de cualquier hombre a cualquier mujer, o un acto de coqueteo aparentemente inconsciente. Era demasiado ingenua en el tema con su nula vida romántica puesta en práctica, y eso le aceleraba el pulso. No quería malinterpretar las cosas.
— Juan, creo que puedo caminar por mí misma —dijo la chica con las mejillas encendidas y la pena oculta en su voz— ya estamos fuera del agua y creo que se me da muy bien nadar en el aire— bromeó un poco.
— Oh, perdona, es la costumbre —se rieron por el aparente descuido del muchacho— Verás soy salvavidas en Tenerife y suelo sacar a las personas del agua en brazos para darles prime
