CAPÍTULO 3

1395 Palabras
Reprimí un suspiro. Sinceramente, la ayuda sonaba bien, pero no quería lidiar con la charla. Necesitaba tiempo para respirar y procesarlo todo. —Bien—, me corrigí. —Mañana puedes volver a preguntar. Pero por esta noche, estoy bien—. —Está bien, está bien. —Teagan me hizo un gesto con la mano—. Te dejaremos en paz. Vamos, Kettle. —Empujó a su hombre hacia la puerta, provocativamente. Él la agarró por la cintura, haciéndole cosquillas y riéndose mientras ella gritaba y lo insultaba. Ebony me dedicó una mueca de disculpa. —Lo siento. Si hubiera sabido que esto iba a pasar...—, su voz se fue apagando. —Bueno, te lo habría advertido. No lo cambiaría. Conocer a Ford fue lo mejor que me ha pasado en la vida—. Levantó las manos entrelazadas de Ford y las suyas. —Bueno, cruza los dedos para que este hombre lobo sea igual de bueno para mí. —Levanté la mano con los dedos cruzados. Sí, me sentí incómodo. Lo que sea. Mi otra mano agarró el pelaje del lobo, y él se acurrucó a mi lado mientras Ebony y Ford salían de la casa. —Soy Elliot—, dijo el tipo que había recogido los guisos, extendiendo la mano. Lo saludé con un gesto incómodo, pensando que mejor seguiría con mi rollo incómodo. —Lo siento, lobo posesivo… —Hice un gesto hacia el lobo, que no había hecho nada posesivo aparte de lamerme el brazo. Sí, iba a usarlo como excusa. Demándame. —Bien. Bien pensado. —Me dedicó una sonrisa divertida. —Soy Dax—, añadió el otro desconocido, metiéndose las manos en los bolsillos. —Elliot está a tu lado y yo al otro. Si necesitas algo, llama a alguna de nuestras puertas. O grita; seguro que te oímos—. Mis labios se curvaron en una leve sonrisa y asentí con la cabeza. Dax me cayó bien, automáticamente. Parecía tranquilo, lo cual era un buen cambio de ritmo respecto a la energía salvaje de Teagan. —Es un placer conocerlos a ambos.— —Te llevaré la cena en un rato. Zed estará de mal humor después de quemar la comida, así que lo mantendré alejado. —Elliot me guiñó un ojo y luego él y Dax salieron por la puerta trasera—. Avísanos si necesitas algo —repitió, antes de cerrar la puerta corrediza. Y entonces me quedé solo con el lobo. Mi lobo, si le creyéramos a Teagan, a Ebony y al escuadrón del rascacielos. —¡Uf!—, dije, dejando escapar una gran bocanada de aire mientras me dirigía al sofá. Me dejé caer sobre los cojines —ni siquiera podía ver de qué color eran por la montaña de ropa que los cubría—, apoyé los pies en la otomana abultada y me quedé mirando la tele en blanco un minuto. Una mano agarraba la correa de mi bolso, que descansaba entre mis pechos, y la otra aún sostenía el pelaje del lobo que había saltado al sofá a mi lado. Incliné la cabeza hacia atrás, cerré los ojos y dejé escapar un suspiro lento. Mierda. Las cosas simplemente… habían cambiado. Sí. Definitivamente ha cambiado. Por otro lado, todo estaba cambiando, así que supongo que no me pareció tan raro. Estaba bastante segura de la existencia de los hombres lobo después de ver esos vídeos que obsesionaban a Ebony, así que no me sorprendió mucho encontrarlos. Pero aun así, todo era simplemente… raro. E inesperado. Me gustaban los planes, aunque era un desastre cumpliéndolos. Esto definitivamente no había sido parte de un plan... pero en realidad me alegré de que hubiera sucedido. —Probablemente esto te parezca una locura—, le dije al lobo, —pero me alegro mucho de haberte conocido. Mi vida estaba a punto de irse al carajo. Iba a vivir en mi coche, y ese trasto se va a estropear en cualquier momento. Buscar trabajo… bueno, no pinta bien. De verdad pensé que mi profesor podría echarme una mano, pero no lo conseguí, y ahora no tengo nada. Nada, ni a nadie. ¡Genial!—. El lobo me lamió el brazo. Al parecer, nada ni nadie más que tú. Si logro convencerme de creerles a Tea y a Ebony. Pero si me preguntas, parece que están drogados. El lobo resopló y mis labios se curvaron hacia arriba. «Me alegra saber que estás de acuerdo conmigo». Mis dedos acariciaron su pelaje. «Tenía una perra. Chewbacca. Lo mejoraba todo. Pero falleció unos meses antes de que me graduara del instituto, y en las residencias universitarias no se admiten perros. Al menos no grandes, a menos que tengas una razón médica. Que no la tengo, así que aquí estoy». Archie apoyó la cabeza en mi pierna y emitió un sonido triste. Algo me indicó que era una disculpa, y me picaron un poco los ojos. La verdad es que no hice muchos amigos en la universidad. La mayoría de la gente habla de sus compañeros de universidad durante años después de graduarse, si no toda la vida. Pero yo me había pasado todo el tiempo absorto en la música, dejándome la piel y disfrutando cada minuto. No había hecho amistades ni fiestas, pero de todas formas, esas cosas no me importaban. Al menos, no normalmente. Ahora que me había graduado y no tenía adónde ir ni nada más que hacer... bueno, habría estado bien tener amigos con quienes ir. Unos cuantos sofás donde dormir. Oí que llamaban a la puerta trasera y me levanté rápidamente, secándome las lágrimas con el cuello de la camisa. Soltando el pelaje de Archie, agarré un cesto de ropa volcado y rápidamente metí algo de ropa dentro para que pareciera que había estado haciendo algo. —¿Del? —gritó Elliot—. Tengo un plato de comida para ti. ¿Puedo pasar? —Claro—, respondí. Entró en la cocina y me dedicó una pequeña sonrisa. «Hablábamos en serio. Si necesitas algo, ya sea un refrigerio, una comida o ayuda para lavar los platos, pásate por mi casa o por la de Dax». —Lo haré. Gracias. Él asintió, colocando el plato en el mostrador antes de irse nuevamente. Dejé escapar otro gran suspiro cuando él se fue. —Maldición —murmuré—. No estoy hecha para este nivel de socialización. El lobo volvió a resoplar, lamiéndome el brazo. Le rasqué la cabeza y me desplomé en el sofá. Archie se acurrucó contra mí y lo rodeé con mis brazos. Lo sostuve contra mí, hundiendo los dedos en su pelaje. A pesar del desorden en la casa, no olía mal ni nada. La ropa a mi izquierda olía a detergente, y la de mi derecha... Me levanté una camisa hasta la nariz e inhalé profundamente. Luego dejé caer la tela como si fuera maldita lava. —Tu humano definitivamente usó eso—, le grité al lobo. Me lamió la cara y luego cogió la camiseta entre los dientes, levantándola hacia mí antes de dejarla caer sobre mi pecho. Con un suspiro, me llevé la tela a la nariz y volví a inhalar. Mis ojos parpadearon un poco al cerrarse. Maldita sea, olía bien. Como el chocolate, y la canela, y… el sexo. Bueno, para ser sincera, nunca había tenido sexo. Mi virginidad estaba intacta, solo porque interactuar con la especie masculina me daba pánico y me hacía sentir rara. Pero Archie olía tal como yo imaginaba que olería el sexo. Dejé caer la camisa nuevamente, exhalando otro suspiro. El lobo me lo arrojó otra vez. Le lancé una mirada de enfado. —Tengo ropa puesta, Archie—. Frunció el ceño, mordisqueando mi camiseta. Era una camiseta corta que me llegaba justo por encima del ombligo, y la había combinado con unos shorts vaqueros y mis botas militares favoritas. Era primavera, técnicamente, así que las botas aún me quedaban bien. —¿No te gusta mi atuendo?— pregunté, lanzándole una mirada incrédula. Me lamió el ombligo como respuesta, lo que me hizo gritar y empujarle la cara. «Me hace cosquillas», me quejé. El lobo emitió un gruñido juguetón y mordisqueó mi vientre. Gemí. —Vale. Solo porque eres pesado—. Sacó la lengua y me dedicó una sonrisa tonta y lobuna.
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