Dos

1176 Palabras
Se miró en el espejo una vez más antes de salir de casa. Emille volvió a marcarle a su mejor amiga al celular — ¿Beth? — Por más que hablase con la contestadora ''Hola, soy Beth. Actualmente no estoy disponible, si eres Michael no me llames, ni me busques, deja tu mensaje después del tono. Beep'' Nadie contestaba — No iré a una fiesta sin saber la dirección.   Optó por guardar el móvil en su bolsillo trasero, si andaba coqueteando Beatriz no me contestaría ni en un millón de años, Emille se sintió traicionada por su amiga, quien previamente le dijo que la esperaría en ese sitio para irse juntas, tuvo que tratar de recordar las calles, avenidas, plazas y locales comerciales, pero todo había cambiado demasiado, de una manera se le hacía familiar, pero al mismo tiempo irreconocible. No tenía idea de cuánto tiempo permaneció vagando sin rumbo fijo, en esos momentos desearía estar en casa, cómoda, tranquila y serena, sinceramente no era capaz de entender la manía de su loca amiga con las fiestas, además, ¿Que le costaba llevarla con ella? No era la gran cosa, simplemente tenía no dejar a Emille ir sola. Quiero regresarme a casa.    ¿Dónde demonios estás? — Beatriz por fin se dignó en devolverle la llamada luego de un rato.  Emille miró hacia todos lados, suspiró, solo había tiendas cerradas y calles vacías. — Ni yo misma sé dónde estoy.   — Calma Na-di-a — El que separara su nombre en sílabas bastó para saber lo borracha que estaba. — La fiesta se ubica cerca del refugio que construimos cuando éramos pequeñas. Algo peculiar, pero no creerás lo buena que está. — Iba a decirle que no iría y que regresaría a casa, pero ella la interrumpió — Cuidadito y no vienes, porque juro que no te hablo nunca más.   Y colgó la llamada luego de eso, ya estaba advertida, Beatriz con respecto a promesas y cosas por el estilo solía ser muy seria, cumpliendo siempre lo que dice. Emi se llevó las manos a la cabeza. ¿Cómo pretende ella que vaya a ese lugar?   El Refugio era simplemente una casa en el tope de uno de los árboles más grandes de aquel bosque, el que se situaba en el medio del mismo, construido para ''Refugiarse de las cosas malas que había en el bosque'' siempre que se acercaban, se les ponía la famosa piel de gallina, escuchando ruidos extraños y era como si les estuviesen observando detalladamente. Pero solo eran cuentos para asustar a los demás. Emi contradijo sus pensamientos de regresar al mover los pies hasta la división Ciudad-Bosque, una clara línea que los dividía, allá dónde se terminaba el asfalto y comenzaba la grama en conjunto a las flores silvestres. Emi de pequeña solía vagar ahí mismo, ya lo conocía como a la palma de su mano, probablemente por eso no le tenía miedo y pudo entrar sin problemas. Un escalofrío le recorrió la piel y por un momento se tensó, sus cinco sentidos se alertaron y uno sexto le advertía que no estaba sola, pero no en un buen sentido. Alguien la estaba observando. Volteó rápido, nada. Solo la luna en un punto alto, pero no su máximo punto. Suspiró, pero no se quedó tranquila. Estuvo bastante rato caminando, el sendero estaba marcado directo hacia la casa en el árbol, lugar donde debía ser la fiesta, todo estaba decorado al pie del árbol, bastante iluminado y con varias mesas con comida y demás, pero. — ¿Habré llegado tarde? Todos estaban tirados en el piso, las botellas de alcohol vacías estaban dispersas en todas partes y aquello que nunca faltaba, condones y bolsitas de drogas vacías en el suelo. Qué asco. La gente no tiene pudor ni vergüenza. — ¿Acaso eso son unos calzones? ¡No puede ser! Imaginaba que su amiga estaría en las mismas, y de nuevo entraba Emi como chofer designado para recogerla y llevarla a rastras a casa, o a algún lugar donde pueda pasar su borrachera. Extraño era que no había ni una persona despierta, las bombillas de los faroles colgando de árbol a árbol apenas alumbraban el sitio, fuera de la distancia que apenas alcanzaban solamente había oscuridad, un silencio aturdidor y la voz de sus pensamientos cobardes dentro de su cabeza. Le empezó a dar miedo. Un sonido rápido la distrajo, a la distancia alguien se movía con velocidad, como un mono, de árbol en árbol. La parte racional de Emille le gritaba para volver a casa, pero su lado aventurero y asustado no podía dejar pasar la situación para pedir ayuda. Haciendo caso a lo último que pensó se adentra en la oscuridad, algunas zonas estaban débilmente alumbradas por faroles cuya vela permanecía encendida, decidió seguir ese rastro para poder tener un punto guía al regresar. Hasta que se agotaron y el sendero por el que iba se convirtió en tres, todos los caminos eran iguales de sombríos y tenebrosos.   El de la derecha El de la Izquierda Y el del centro   En el medio de los caminos un gran árbol estaba presente y alrededor un círculo de setas emanaba lo que le pareció una luz azul, extendió sus manos hacia las mismas, pero sin acercarse, lucía como una mentira, pero estaba 80% Segura de que no estaba soñando. Mejor era que regresara. Cuando se dio la vuelta, no había nada, los faroles que siguió ya no estaban brillando. De manera repentina una fuerte ráfaga de viento la hizo tropezar y dar pasos hacia el frente para recuperar su equilibrio y no caer. La coleta que tenía hecha se soltó y su melena comenzó a bailar con las corrientes de aire, cuando se dio cuenta entró al círculo de setas. El árbol frente a ella tenía una marca con forma de mano impresa, la mano derecha precisamente. Emi apartó la vista de aquella marca, a lo lejos detalló la figura que había decidido seguir antes, estaba quieto, de manera pacífica como si esperara que hiciera algo, la hizo dudar al respecto. El círculo de setas creó una barrera brillante que le impidió salir, trató de gritar pidiendo auxilio, pero solo consiguió que sus pulmones se quedaran sin oxígeno, se hiperventiló. Y tuvo que apoyar la frente sobre la corteza del árbol para calmarse y recuperar el aliento. Emille detalló todo a su alrededor, regresó la mirada a la marca. — Bueno, Emille. Fue un placer conocerme. — Puso la mano sobre dicha marca y otra luz cegadora bloqueó su vista. Del árbol salieron ruidos extraños, como si fuesen engranajes muy oxidados luchando por moverse, luego el árbol se abrió. Sí, no estaba loca. Se había abierto. Como en un ascensor, Emille pensó que tal vez podría darle alguna especie de salida, sin más remedio entró allí. Rústico. Su interior era opaco y rústico, varias astillas salían de las paredes de madera, un color amarillento. Más bien como dorado tirando a naranja, no lo podía definir, solo describir la sensación de humedad y de estar en la casa de alguien durante los años setenta.   ¡Golpes! Eso era todo lo que sentía, Golpes. Sacudidas. — ¡Ayuda! — Gritó a pleno pulmón. Mientras caía dentro del mismísimo ascensor. Lo último que pudo sentir fue aquel crudo impacto que la dejó viendo todo oscuro.
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