El incesante sonido, de un monitor de hospital, fue lo primero que escuché cuando abrí mis ojos, mi cuerpo se sentía débil, como si no hubiese descansado lo suficiente. Miré la habitación, todo era blanco y encandilaba mis ojos. ¿Qué hacía aquí? ¿Cómo llegué a este hospital? Un hombre de más o menos cuarenta y tantos años, estaba a mi costado, por su bata blanca, podía deducir que era el doctor. — ¿Cómo se siente? —preguntó, mientras alumbraba mis ojos con su pequeña linterna. — Bien, eso creo. —respondí sincera, no me dolía nada, solo me sentía cansada y con la boca reseca. —¿Qué hago aquí? El doctor guardó la linterna en el bolsillo de su bata y me escudriñó con la mirada, si no me sentía mal, si no tenía dolor ni alguna enfermedad, ¿por qué estaba acostada en esta camilla?

