Se llevó una mano al pecho, intentando calmar la opresión. Pero la sensación era física, punzante, como si alguien la apretara desde dentro. Y entonces el llanto la sorprendió. Un sollozo seco primero. Luego otro, más profundo. Y después, una lluvia de lágrimas que descendían sin freno por sus mejillas. El volante se volvió su única sujeción. Bajó la ventanilla, esperando que el viento le enfriara el alma, pero solo la despeinó. Nada aliviaba ese hueco creciente, ese abismo que se abría bajo sus costillas. Los recuerdos se mezclaban como veneno: la noche anterior, las caricias que parecían sinceras, el calor compartido, las palabras que ahora se le antojaban falsas… Todo contrastaba con la risa muda de Rebeca y ese silencio, ese maldito silencio de Luciano. Por primera vez en mucho ti

