Luciano salió a la calle con una mezcla de rabia, náusea y desolación. El aire fresco golpeó su rostro como una bofetada. Sus pasos tambaleaban sobre la acera de piedra, los ojos aún empañados por la resaca y el dolor. Miró a su alrededor: edificios lujosos, balcones elegantes, jardines inmaculados. No reconocía el lugar. Entonces lo comprendió: estaba en uno de los apartamentos ocultos de Rebeca, esos que usaba para sus juegos de poder, alejados de las miradas indiscretas. El solo hecho lo hizo estremecer. Se sintió sucio, usado, un traidor. Para Linda. Para Remigio. Para sí mismo. Su credibilidad, su honor, estaban manchados como su ropa. Recordó el rostro de Linda al intuir parte de la verdad y sintió que el pecho se le comprimía con una fuerza brutal. Pero en ese momento, no podía d

