No la veía intervenir ni hacer comentarios mordaces, pero su silencio era igual de inquietante. Desde la distancia, ella lo observaba con una frialdad que presagiaba tormenta. En la gran pizarra del salón principal, Linda y Luciano daban forma al nuevo menú, anotando ideas y descartando combinaciones que no encajaban con la visión final. Seis platos principales, cuatro entradas, dos postres innovadores y un maridaje de vinos exclusivo que Tomás Santana distribuiría desde su propia bodega. Cuando Remigio probó uno de los platos en versión piloto—un risotto con un toque andino—, su expresión pasó de la duda al asombro en cuestión de segundos. —Es posible que esto funcione —admitió, con un brillo de sorpresa en los ojos, mientras analizaba la explosión de sabores que parecía contar la his

